NOS MIRAMOS SIN EN apariencia mirarnos… sus ojos -verdísimos- apuntan al lente de la cámara de su pantalla que no está en el centro de lo que refleja la mía, y por eso parecería que mira a alguien que no está a mi lado. Supongo que a ella le sucede lo mismo, que me ve mirarla sin que nuestros ojos jamás se encuentren, rasgo tan común de estos tiempos de reuniones por zoom, de charlas a distancia, de intentos tribales por mantener el contacto, mientras nos damos cuenta, como nunca antes, de cuánto somos seres de presencias y abrazos, de apretones de manos, de palabras que viajan a la velocidad real del sonido, sin la aduana de micrófonos y pantallas.
Así conversamos, a la distancia —sin jamás mirarnos simultáneamente a los ojos— con el pretexto y en el contexto de “Invisibilidades”, la ópera prima de Tania Anaid Ramos González en el mundo editorial, mas no su debut como escritora, como poeta, que lo es prácticamente desde que aprendió a escribir, primero, por instinto —casi por inercia—; poco después inspirada por Lolita, su abuela, Lolita Aulet, cuya presencia, desde entonces, no ha dejado de estar con ella ni un solo día, ni siquiera a pesar de su muerte en 1984.
Con la mano derecha retira el cabello que le cubre la mejilla e intenta —sin éxito— que quede inmóvil por encima de su oreja para —enseguida y sin dejar de hablar— acariciarse el perfil de la nariz, de arriba a abajo, entre el índice y el pulgar.
Desde muy niña —desde que nació en ella el deslumbramiento perenne por la palabra escrita— añadió esa pasión en su nombre como parte del apellido: Tania Anaid Ramos González Poeta —escribía—, así, sin coma, sin pausa. No como quien simplemente enuncia un quehacer, sino como quien declara una parte sustancial de esa identidad que la define a perpetuidad, tanto que, cuando la escritura convirtió en Azula el nombre con el que la bautizaron, mantuvo el oficio como único acompañante: Azula Poeta.
Como casi siempre suele pasar en esta era tecnológica, la biografía de Tania Anaid está en Google: “Tania Anaid Ramos González (San Juan, Puerto Rico, 14 de mayo de 1971). Es una profesora universitaria, poeta, escritora, y columnista puertorriqueña. Ha sido bailarina y coreógrafa. Ha recibido diversas distinciones por su labor cultural y académica”. Fin de la cita.
Con Azula es mucho más que eso.
La charla arranca con “Invisibilidades”, poemario destilado tras muchos años de incertidumbres, de temores sobre si publicar o no, luego de leer a figuras excepcionales y sentir que en sus obras ya estaba escrito y dicho todo, sin el menor espacio para compartir con esos gigantes la posibilidad de tener visibilidad con sus propios textos.
—Y entonces, ¿cómo es que te atreves a escribir luego de sentirte así, tan apabullada, tan desbordada por esas experiencias? ¿Cómo encuentras las razones, las justificaciones, la osadía y el valor para decir y escribir lo que deseabas, a pesar de creer que todo estaba dicho ya?
—Sin duda, hay vocación, hay algo que me empuja de una manera incontrolable —asevera Azula, acomodando de manera instintiva su cabello y acariciándose la nariz de arriba a abajo, entre el índice y el pulgar—. Desde pequeña escribía mi nombre con la palabra “Poeta” al final, incluso sin saber exactamente lo que era, mientras aprendía a jugar con las metáforas. Mi abuela siempre estaba ahí estimulándome y estimulando en mí el disfrute de las palabras. A los 8 años empecé a escribir poemas y, aunque no fueran los mejores, nunca dejé de hacerlo. En ese proceso acumulé infinidad de libretitas. En el momento que alguien validó eso, en un certamen de poesía infantil del Ateneo Puertorriqueño, cuando yo tenía 13 años, con un inesperado premio consistente en infinidad de libros y reconocimientos, justamente después de la muerte de mi abuela, entonces reafirmé esa vocación y me dije “no soy yo sola quien cree en esto, hay alguien más que le reconoce algún valor a lo que hago”.
Y menciona de nuevo a Lolita, la abuela, la militante, la política, la nacionalista que en algún momento fue candidata a alcaldesa de Bayamón, su apoyo e inspiración, con Tania como primera nieta, la favorita, cómplices ambas.
—De ella tuve noción de esa primera conciencia de ser mujer y puertorriqueña… mi abuela fue un ser demasiado especial para mí —asevera Tania Anaid—. Ella me inscribió en la Escuela de Ballet de Nana Hudo (Ballet Teatro Infantil), arte que también siempre me ha fascinado, tanto que llegué a formar una compañía… Danza Calíope se llamaba, pero duró poco esa ilusión porque no pude conseguir fondos para sustentarla. Bailé mucho tiempo, estuve con Ballet Municipal de San Juan, también fui maestra en Ballet Arte, Ballet Concierto y Ballet de San Juan, pero al final prevaleció la poeta en mí.
Mano, cabello y nariz, de arriba a abajo, entre índice y pulgar…
Quien es poeta —independientemente de lo que haga para obtener el sustento— es poeta las 24 horas del día. Todo se traduce a través de la poesía y, con la sensibilidad a flor de piel, todo lo que en su entorno ocurre le llega sin filtro, lo que se exacerba en esta realidad a veces tan abrumadora, tan hostil…
Aunque ha escrito desde siempre, Tania Anaid considera que la poesía estalló en ella con la muerte de su abuela en el año 1984, proceso en el que su escritura reveló la relación tan íntima que tiene con la tristeza, con la poesía como mejor recurso para provocar en ella otros estados emocionales y evitar quedarse varada.
—Con todo esto de la pandemia, me cesantearon de mi trabajo y eso me ha dado muy fuerte, porque tenía una estabilidad laboral que de pronto perdí; se me movió el piso, el techo, las paredes… en fin, todo —comenta—. La poesía me ha salvado en este proceso porque, aunque sea doloroso lo que esté pasando a nivel existencial, escribir me mueve y me da otras posibilidades para no perderme y tener esperanza. Y evoco a mi abuela y su muerte, la primera gran perdida de mi vida, y pienso, “si pude salir adelante en aquel momento tan doloroso y terrible, gracias a la poesía, ¿por qué no una vez más?”. Y me da una gran paz saber que tengo este objeto intangible, que esta ahí para salvaguardarme, para cobijarme en medio de cualquier crisis. Que siempre esta ahí para sanarme, y sé que lo tengo, aunque a veces no sea de una manera consciente porque ya es parte de mi vida.
Al mirar retrospectivamente —a casi medio año— la publicación de “Invisibilidades”, Tania Anaid asevera que la experiencia ha sido “muy gratificante” por varias razones, entre ellas por el hecho de haber encontrado interlocutores en el camino, “porque no los había o eran muy pocos”.
—Siento que en otros países hay más interés por la poesía —asevera—. No porque aquí no lo haya, pero siento que afuera es mayor. Me doy cuenta de que es vital publicar y tener visibilidad, que sepan que existes, que eres y, en ese camino, aparecen otras voces con las que es posible hablar. Creo que esto ha sido de lo más gratificante que me ha ocurrido con la publicación de “Invisibilidades: tener otros interlocutores en el camino.
—¿Sientes entonces que hay una escasez de pares, de público en Puerto Rico para la poesía?
—Es mi apreciación —acepta—. En esa búsqueda, se me ha hecho más fácil ese contacto fuera de Puerto Rico. Siento que aquí hay algo así como parcelas, grupúsculos… y perteneces o no a uno determinado. Muchos de los poetas que he seguido, curiosamente, no han pertenecido a ninguno, especialmente las mujeres poetas, como es el caso de Ángela María Dávila e Idea Vilariño, quienes no querían que las pensaran dentro de ningún grupo, así fuera generacional. Lo cierto es que aquí hay parcelas y si no perteneces a alguna, ponen obstáculos, todo para que tu voz no sea escuchada. Yo no soy de parcelas, no me gustan ni he querido, soy persona de diálogo, de encuentro. No sé si esto que percibo tiene que ver con que seamos colonia o si la vida ha estado tan intensa que al otro o a la otra no le importa. Cuando he tratado de abrirme a ese diálogo, siento indiferencia, como si fuese un objeto puesto ahí y nada más.
—Has publicado tu primer libro en unas circunstancias tan atípicas, tan excepcionales, en medio de una pandemia…
—Sí, pero ya era tiempo… no podía posponerlo más —afirma—. Hay experiencias que te marcan. Los primeros poetas que conocí eran duros, fuertes, muy egocéntricos algunos. Jorge Luis Morales, por ejemplo, profesor por muchos años en la Universidad de Puerto Rico, impartía un curso de creación literaria al que llamó “Poesía pura”. Yo era una nena de 12 o 13 años y me dieron un permiso especial para tomar su clase… recuerdo que él masacraba a todo el mundo, para él ninguno de los poemas servía, y esto de alguna manera te marca y te preguntas “¿y yo que voy a decir, si a toda esta gente, que es mayor que yo y que lleva tantos años escribiendo, les dicen que todo está mal, ¿qué puedo esperar yo?”. De pequeña también conocí a Matos Paoli, que era tan elocuente y había publicado tantos, pero tantos libros, que eso me llevó a pensar que no tenía nada que hacer en este oficio.
Retomamos el tema de la tristeza como cauce de su escritura y Tania Anaid señala que su proceso creativo suele colgar entre los extremos de la tristeza profunda y la felicidad exultante, especialmente la que es fruto del amor y que a veces deriva hacia lo erótico, aun en los momentos en los que no tiene pareja.
—En el proceso de escritura, el amor es un estímulo, de hecho, me puedo sentir estimulada por diversas cosas, a veces incluso de manera inadvertida para otras personas —explica—. A veces estoy hablando con alguien y esa conversación me impulsa tanto que me siento a escribir y vacío un poco lo que he recibido de ese interlocutor.
—Luego de tanto escribir, ¿cuál fue el detonante para atreverte a publicar “Invisibilidades”?
—Primero, una invitación, porque la Editorial Areté Boricua, codirigida por los poetas Mayra Encarnación Meléndez y Ricardo Rodríguez Santos, quienes me habían escuchado en dos festivales de poesía, hicieron el acercamiento. Esa invitación me forzó a enfrentarme a ese compromiso que tanto había postergado porque simplemente no me atrevía. Las otras miradas siempre ayudan, y a veces ayudan a validar, y eso era lo que yo necesitaba, sobre todo cuando son personas que valoras y respetas, como estos dos escritores. El libro ya estaba escrito, como lo están varios más. Les envié dos y ellos eligieron “Invisibilidades”, escrito entre el 2008-2011. Profesores como Juan Gelpí y Félix Córdova ya me habían dicho “¡publica!”, al igual que Yván Silén, escritores que de alguna manera para mí son autoridades y modelos a seguir. Aunque ellos me estimularon a publicar ese libro, no había encontrado el momento ni la editorial… Como te decía, hay muchas parcelas, hubo invitaciones de decir sí, tráemelo, pero sabes que te lo dicen por compromiso, sin un interés real o genuino, y no se dio hasta que apareció Areté Boricua… ahí sí hubo la conexión, y a ellos les estoy sumamente agradecida.
—Obviamente el escritor, el poeta, escribe a solas y el lector también suele leer a solas, “a solas leemos a solas escribimos… escribir es como extender una mano hacia lo desconocido, con la esperanza de que al otro lado haya alguien capaz de estrecharla”, decía Octavio Paz. En el caso de ustedes los poetas, escribir siempre es —si es un ejercicio genuino— un acto de desnudez total, una desnudez tan reveladora como solo puede serlo la desnudez de las emociones. ¿Cómo manejas ese continuo acto de vulnerabilidad ante los demás?
—Esa es otra de las razones por las cuales no publicaba —reconoce—. Sé que siempre va a haber quien te descifre y yo, quizás a la defensiva, me escondía, por eso trabajo mucho con la metáfora. En ella he encontrado la manera de esconder lo que no deseo hacer tan visible. Claro que me importa el lector, de hecho, uno es su primer lector. Suelo trabajar el poema “en frío”, luego de haberlo escrito “en caliente”, quiero decir por instinto, por impulso. Nunca presento un poema que no haya sido trabajado de esta manera, de haberlo reescrito y repensado infinidad de veces. Mis metáforas siempre aterrizan en algún lugar, nunca las dejo en la abstracción.
—¿El éxito de “Invisibilidades” te ha puesto una vara muy alta para tu próxima publicación?
—Sí, siento un compromiso muy fuerte que se agudiza con el paso del tiempo —afirma—. Ahora siento el peso de la responsabilidad de haber publicado y me queda la duda de saber si lo próximo será igual o si los lectores lo recibirán de la misma manera. Por eso, debo tener mucho cuidado. Los libros ya están, pero los estoy releyendo y trabajando. Quisiera publicar uno que se titula “Llueve”, que es la metáfora de la tristeza… la tristeza que se va convirtiendo en lluvia y luego en palabra. Es la metáfora del trayecto que yo sigo cuando escribo, lleno de guiños de todos los poetas que alguna vez han escrito sobre la lluvia. Es un libro triste.
En la misma línea, comenta que también está trabajando otro libro —“Mundo repetido”— sobre la experiencia del Alzheimer en su madre, algo que ha sido sumamente drenante y, a la vez, sanador.
—Como no puedo cambiar esa realidad por más que quiera, escribo sobre el tema —comenta—. Lo voy trabajando a ratos porque el proceso del olvido en un ser querido es terrible… alguien que te ha amado tanto y a quien amas tanto… que llegue a mirarte y no conocerte es duro. Es un libro lleno de nostalgia y muy amoroso.
—Al final de cada día, ¿cómo te llevas contigo?
—Es una relación de mucha paz, con la tranquilidad de obrar bien —señala—. Como siempre, me importan más lo demás que mi persona… y me acuesto con la paz que eso me da. Siempre hay un espacio de vacío que llenan las palabras, un espacio de soledad. Mientras el tiempo pasa, una se va distanciando de las cosas a las que les tenía apego, la forma de mirarlas va cambiando. Quizás se sigue hablando de las mismas cosas, pero desde otra perspectiva… aunque me acuesto tranquila, siempre hay un pequeño agujero por donde escapo hacia el vacío, hacia la poesía, donde solo me sientan bien las palabras. Escribo mucho de noche… puede ser en cualquier momento, pero prefiero la noche, soy noctámbula.
—¿Hay un lector ideal para ti?
—Mi lector ideal es el que ama la poesía, aunque no la entienda, porque ese es capaz de sentirla. A veces leen un poema mío y me dicen “no entiendo nada, pero me gusta”. Ese es mi lector ideal…
—Tania, ¿cómo te llevas con Dios?
—Vengo de una familia evangélica que se peleó con la iglesia y rompió con ella... y, por supuesto, hay ateos en mi familia —dice—. Yo sí creo, soy una persona “espiritual”, aunque suene tan trillado cuando de estos asuntos existenciales se habla. Me parece muy importante la espiritualidad y persigo muchas cosas que se enmarcan dentro de ese concepto. Siempre estoy en esa búsqueda. Te cuento que cuando murió mi abuela, sentí “cosas” y viví “cosas” inusuales. Cuando murió uno de mis tíos, recientemente, por el COVID, también. Cada vez que hay una muerte en la familia o en el círculo cercano de amistades se vuelve a mover el piso que me sostiene. Me interesa mucho relacionarme con lo que de alguna manera percibo como algo superior a mí.
Sí, dijo “algo”, no “alguien”...
—¿Y cómo reflexionas la muerte ?
—He pasado por distintas etapas, desde temerle cuando era pequeña hasta estar tranquila al respecto —señala—. He tenido muchas experiencias extrañas relacionadas con este tema. He pasado del miedo al coraje y, de ahí, a la paz. Nadie se quiere morir y vamos por la vida tratando de comprender lo que es la muerte, pero en este momento, sí creo que, cuando muramos, estaremos en un mejor estado que éste, porque esto aquí no está fácil. Por eso creo que es tan importante obrar bien, porque como hayas sido aquí, así será lo próximo. En ese sentido, veo la muerte como una forma de trascender hacia algo que, si bien no sé cómo es, sí puede ser mejor. Ya no le tengo miedo.
—¿Cuál consideras que es tu mejor atributo y qué sientes que puedes mejorar en ti?
—Creo que la bondad —comenta—. Me nace ser buena. Además, soy una mujer que trabaja todos los días con la integridad, con ser íntegra conmigo y con los demás. Trato también de ser una persona justa, quizás por eso me atribulan tanto las injusticias. Por otro lado, debo trabajar con el hecho de que con frecuencia cargo con todo, todo me lo echo encima y voy recogiendo las culpas del mundo y me las llevo conmigo para ver cómo las resuelvo. Esto debo trabajarlo y mejorar. También, me dejo siempre para lo último, algo que mucha gente me señala y me reprocha. Además, soy muy crédula, creo en la gente —sin filtro— y eso provoca que me hagan daño con facilidad.
—¿Qué le pedirías a la vida?
—En este momento de mi vida, paz y tiempo… aunque tengo tiempo para escribir, las responsabilidades cotidianas me roban la paz necesaria para hacerlo a plenitud. Tengo dos hijos, Lolita de 20 y Moisés de 14… para ellos pediría paz y tranquilidad, un mejor país y que vivan con la certeza de que el amor lo mueve todo.
Nos despedimos. Con la mano derecha retira el cabello que le cubre la mejilla e intenta —sin éxito— que quede inmóvil por encima de su oreja para —enseguida y sin dejar de hablar— acariciarse el perfil de la nariz, de arriba a abajo, entre el índice y el pulgar, como a lo largo de toda la charla… y —desde luego— sin que nuestras miradas se hayan encontrado una sola vez.
PD: Mientras monto esta entrevista en el portal, Tania Anaid publica este poema en su página de Facebook. Se lo tomo prestado.
Este cuerpo…
mítico zaguán de tempestades,
emigrante de la oscuridad más absurda
se rebela.
Este cuerpo, que es mío,
dividido en religiones
y castrado históricamente por la horda
ya no va a ser dogma de otros cuerpos.
Este cuerpo… mío,
marcado por el Estado
y por mucho tiempo desposeído vilmente,
exige su adeudada redención.
Azula
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