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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Adlín Ríos Rigau y su vida, una obra en el arte siempre en proceso



AMBAS MIRAN A la cámara a través de los cerca de 72 años de la fotografía en blanco y negro, sin imaginar que la imagen prologaría el libro que la niña en brazos de su abuela escribiría al cabo de ese tiempo para narrar los recuerdos puntuales de su vida en el mundo de las artes plásticas.

 

Ese libro de Adlín Marie Ríos Rigau —la niña de la foto y a quien su abuela nunca quiso enseñar a cocinar y ni a coser porque intuía que su nieta estaba llamada a hacer “cosas más grandes en la vida”— se titula “Mis cuentos del arte” y será presentado por el maestro Antonio Martorell e Irene Esteves este miércoles 26 de junio a las 6:30 p.m. en la Biblioteca María Teresa Guevara de la Universidad del Sagrado Corazón, actividad abierta a todo el público con el auspicio del Colectivo Editorial Luscinia y Chocolate Cortés.

 

Nos conocimos cuando ambos teníamos 34 años menos, a principios de los 90, una época efervescente en el mundo del arte en Puerto Rico, cuando el internet no existía y cualquier cosa parecida era de ciencia ficción, con muchos artistas consagrados todavía entre nosotros, infinidad de creadores emergentes que el tempo consolidaría, galerías privadas, aperturas de exposiciones todas las semanas, críticos de arte, noches de galerías, bienales y mucha documentación relacionada en la prensa escrita del país.

 

Poco o nada de eso queda ya. En tres décadas casi todo eso se esfumó. Los viejos artistas y los críticos murieron, prácticamente desaparecieron las galerías y las exposiciones son escasas, de las bienales de grabado ni quien se acuerde y la documentación de lo poco que se hace en el arte tiene perdida la batalla por los espacios, “clics” y “likes” en los medios de comunicación contra las marypilis y los badbunys de la vida.

 

En medio de este paisaje yermo, aparece este libro de Adlín, maestra, profesora y amiga tan querida que alguien —hace mucho tiempo, a raíz de otra entrevista que le hiciese a esta gestora artística y cultural— me dijo que parecía yo “su biógrafo”, honor que no es necesario porque para eso Adlín y su trayectoria se bastan solas, sin ayuda de nadie.

 

Licenciada en la Universidad de Barcelona y Doctora Honoris Causa por la Universidad Central de Bayamón, Adlín fue catedrática en la Universidad del Sagrado Corazón, donde impartió cursos de Historia y Apreciación del Arte desde 1975, y cuya Galería de Arte fundó en 1995. Fue fundadora y directora del Museo de Arte de Puerto Rico, organizadora y curadora de múltiples exposiciones de arte y autora de numerosas publicaciones, así como consultora y gestora de eventos artísticos.

 

Conversamos nuevamente hace poco, con el pretexto de “Mis cuentos del arte”, libro que tiene su génesis en los recuerdos de Adlín en Corozal, donde vivió desde los tres años y descubrió el mundo, de la mano de Sandra Biascochea, su mejor amiga de la infancia y juventud.

 



—No puedo imaginar una infancia y una juventud más felices que las mías —asevera con una sonrisa—. En esos años no sabía realmente lo que quería ser cuando creciera… jugaba mucho a la maestra con Sandra y mis muñecas, pero no me planteaba de manera consciente que eso deseaba ser de grande. Ya adolescente le pedí a Herminia, mi abuelita materna, que me enseñara a cocinar y me respondió con un “no” rotundo y me sacó de la cocina. Mas adelante, mientras cosía, le pedí que me enseñara a coser y de nuevo me dijo que no. Ahí ya entonces le pregunté por qué y su respuesta solo fue “porque tú estás para cosas más grandes en la vida”.

 

—¿Y cómo llegaste al arte?

 

—Entonces yo no sabía ni dibujar con crayolas. Mi primera epifanía fue gracias a mi amiga Maru Negroni, en el Colegio de las Madres, en Santurce, donde estábamos de interna. Un día vi a Maru pintar palitos con diversos colores y los dejaba caer sobre un papel, luego los recogía y se formaban diversos patrones. Ella estaba absorta haciendo eso y se sorprendió cuando entré a su cuarto y le pregunté qué hacía. “¡Arte!”, me respondió tajante, “es mi trabajo final para la clase del profesor Jorge Rechany”. Ahí me di cuenta de lo que yo quería hacer el resto de mi vida. Al día siguiente fue a la Registradora de la Universidad del Sagrado Corazón y le dije que ya sabía lo que iba a estudiar.

 

Y durante 42 años fue profesora, creadora del Jardín Escultórico y fundadora y directora de la Galería de Arte de esta institución y del Museo de Arte de Puerto Rico, entre muchas cosas más.

 

--Me siento feliz de haber estado ahí dudare tanto tiempo y por la oportunidad de compartir mi pasión con tantos estudiantes y colegas.

 

—Pero una cosa es hacer arte y otra muy distinta es estudiarlo, enseñarlo, comprenderlo, interpretarlo…

 

—Sí, claro… cuando terminé de estudiar en Barcelona mi licenciatura en historia del arte ya pintaba y al regresar a Puerto Rico me ofrecieron hacer una exhibición en la galería del Sagrado en la Biblioteca. La hice y todos se vendió. No obstante, pensé que habiendo tantos buenos artistas yo podía contribuir mejor a mi patria enseñando y así decidí hacerlo. Ahora, hablando contigo y recordando que yo daba clases a mis muñecas, comprendo que desde entonces sabía, obviamente sin saberlo de manera consciente, que mi propósito en la vida sería enseñar, soy maestra desde niña y te agradezco ese recuerdo.

 

Adlín, bautizada así por Nilda Rigau, su madre, con el nombre invertido, asevera que a ella debe buena parte de lo que es.

 

—Cuando fue a bautizarme como Adlín, el cura puso reparos y entonces mi mamá me añadió el “Marie” —recuerda—. A ella le debo mucho por mi educación y supo llevarme por buen camino, sin que nunca yo me sintiera obligada. Ahí está la gracia de un buen padre o una buena madre. Yo siempre he pensado que no soy ni la mitad de lo buena madre que fue mi mamá, pero con el tiempo he hecho las paces con eso al pensar, como me dice mi hijo Diego, que he trabajado mucho. Mi fallecido esposo Luis y mis hijos Diego y Sergio fueron siempre para mí un apoyo extraordinario, especialmente desde que decidí hacerme cargo, a mediados de los 90, de la inauguración y dirección del Museo de Arte de Puerto Rico.

 

Respecto al libro, Adlín asevera que “es profundamente autobiográfico”, que ella es “una cuentista nata desde chiquita” y —como lo explica en el prefacio del libro— le encantaba los que le hacia su abuela Herminia y desde entonces ella le cogió el gusto a hacerlos a todos en la familia.

 

—Mi esposo era sin duda mi audiencia favorita —afirma—. Cuando comencé mi carrera como educadora mis clases eran muy formales y serias, ya que emulaba el estilo de los profesores que había tenido en España. Pronto me di cuenta de que estaba en Puerto Rico y fui moderando, no solo el contenido, sino también la forma de comunicarme con mis estudiantes para hacer las clases más amenas mediante cuentos relacionados con los temas que estábamos estudiando. De eso se trata el libro, de cuentos de mi camino por el mundo del arte, escritos de una manera sencilla y simple, llana, como hablo yo, sin los formalismos de la academia. Me siento muy feliz de haberlo escrito y terminado… lo más difícil del proceso fue seleccionar las 58 imágenes que acompañarían los textos.

 

—Se disfruta más el desear que el tener —le digo. Se sonríe y me pide que se lo repita mientras lo piensa. Así, es la vida siempre —remarco—, una obra en proceso que nunca —jamás— veremos terminada.  El proceso es lo que importa y quien no aprende a disfrutar los procesos se está perdiendo lo más importante de estar aquí un rato, en el mundo, vivo.

 

—Sí, así es, nunca lo había escuchado así —responde.

 

—¿Y que deseas?

 

—¿Qué deseo? Seguir contribuyendo al bien cultural y educativo de mi patria, haciendo lo que se necesite para ayudar y aportar… y haciendo memorias para otros cuentos que no sé si escribiré.



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