NUNCA MÁS OPORTUNO un concierto como el que la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico ofrecerá este sábado en la Sala Pablo Casals a partir de las 7 de la noche, programa cuyo contenido constituye sin duda un bálsamo para el agobio y la hostilidad de los días que nos toca vivir en esta Isla en la que el encanto parece haberse fugado hace tiempo.
Organizada por la Asociación Pro Orquesta Sinfónica (APOS- la oferta denominada “Pasión Sinfónica” está integrada por “Finlandia, Opus 26”, de Jean Sibelius; el “Concierto en mi menor para violín y orquesta, Opus 64”, de Félix Mendelssohn –con el maestro Omar Velázquez como solista–; y la “Sinfonía número 5 en mi menor, Opus 64”, de Pyotr Ilych Tchaikovsky, todo bajo la batuta del maestro Rafael Enrique Irizarry, director asociado de la OSPR. Este mismo elenco interpretó este repertorio en febrero pasado en el Centro de Bellas Artes de Humacao.
Conversamos el pasado miércoles en la penumbra del camerino principal de la Sala Sinfónica poco antes del ensayo, primero, como suele suceder, imaginando maneras de que esta isla no nos gane, de que las circunstancias no nos desborden. Luego, del concierto, a partir de una reflexión de lo que fue aquella experiencia con el mismo programa hace alrededor de seis meses.
-Ahora estamos frente a unas circunstancias distintas a las del mes de febrero pasado -dice-. Enfrentar nuevamente estas obras adquiere una nueva dimensión. Puede ser el estar en esta sala, que se trate de un repertorio tan conocido, o el público… en fin, pero esto en realidad no es lo importante y sí la pregunta “¿y ahora qué voy a hacer?”. No se trata de mover la mano de arriba a abajo, de derecha a izquierda. No es eso… la orquesta de todas maneras va a tocar… podíamos decir que no me necesitan. Lo que me pregunto en estos momentos es “¿qué les voy a traer a ellos y, por extensión, al público que nos venga a escuchar?”. Y eso es lo que me ocupa ahora.
Se queda unos segundos en silencio, mientras desde afuera llegan los sonidos usuales de los músicos que van ocupando sus lugares en el escenario, preparándose para el ensayo, esa cacofonía habitual que precede al orden, a la armonía.
-Sigo pensado que debe haber un proceso de descubrimiento entre la orquesta y la persona que está en el podio -continúa-. Le época del déspota implacable está muy atrás. Una orquesta como ésta, que ha crecido del modo que todos hemos podido constatar en los últimos años, tiene la madurez para mantener una relación colaborativa en el proceso de armar un repertorio. En un concierto como el de este sábado, la orquesta está feliz porque está tocando el repertorio para el que vive. Anticipo con gusto la posibilidad de, desde el podio, dialogar con estos maestros y crear cosas nuevas.
-Si hablamos específicamente de la quinta sinfonía de Tchaikovsky, ¿qué reflexión haces sobre esta obra, no como director, sino simplemente como persona que escucha música y deriva placer de ello?
-La quinta de Tchaikovsky plantea un arco de vida completo -asevera-. Partimos de la angustia más abyecta de los momentos iniciales, con lo sonidos más oscuros de la orquesta… así es como arranca la obra y eso se convierte en una peroración de carácter heroico en los minutos finales. Hay una transfiguración… pero evidentemente, el protagonista indefinible que ocupó la imaginación de Tchaikovsky en el trayecto de la obra y que está enfrentando un destino adverso, se convierte en una alegoría de lo que, como artistas, somos y hacemos. Quizá por eso es que tantos nos sentimos tan identificados con esta obra, porque tenemos la oportunidad de recorrer, sin mediar la palabra, toda una experiencia de vida.
El maestro Irizarry añade que, de las seis sinfonías de Tchaikovsky, la quinta “es la que consigue cerrar con suma eficacia el círculo creativo de este compositor”.
-Hay quien dice que su final, de carácter marcial, rimbombante, es falso o cínico. Yo no lo siento así -explica-. Cuando comienza el proceso creativo con esta obra, la actitud del compositor fue ambivalente y llegó a decir que esta era su peor pieza… pero la terminó. Y cuando la obra empezó a ganar tracción entre los públicos, Tchaikovsky cambió su apreciación inicial y se habituó a recibir con gozo los elogios. Estos contrastes me parecen en realidad superficialidades de una persona insegura de ella misma. Pero como decía Mahler, “lo mejor de la música está entre las notas del pentagrama”. Y en el caso de esta quinta sinfonía, esto está muy claro porque, aunque el compositor nunca nos sugirió concretamente una lectura programática de la obra, lo cierto es que está ahí y es imposible ignorarla.
Asimismo, el maestro Irizarry destaca que, desde la perspectiva del espectador, es toda una experiencia observar lo exigente físicamente que es para los miembros de la orquesta interpretar el opus 64 del célebre compositor ruso.
-Aquí incluso se puede hablar de un aspecto atlético -apunta-. Es algo muy físico, que demanda entrarle con todo a la pieza. Cuando Tchaikovsky escribe los extremos de fuerza sonora que requiere, lo hace manera literal y le pide al intérprete que lo dé todo. Asimismo, notable es cómo, en contraste con esto, pide sensibilidad y cabeza para distanciarse de esos momentos de gran intensidad para navegar pasajes más sutiles en ruta a un nuevo torrente sonoro. Es muy fácil plantarse frente a una partitura tan vehemente como ésta y desencadenar la orquesta como quien suelta a un león furioso, pero no se trata de eso. No se nos debe olvidar que, en un rincón de su corazón, Tchaikovsky era un clasisista que veía a Mozart como “el Cristo de la música”.
En línea con esta reflexión, el maestro Irizarry añade que “las métricas composicionales que regían el equilibrio clásico de Mozart y Haydn todavía están muy presentes en Tchaikovsky”.
-No es que Tchaikovsky suene como Mozart, para nada, desde luego -añade-. A lo que me refiero es a una cuestión matemática, a cómo están ubicados los puntos culminantes, los picos y los valles. Y esto tiene en el ruso una proporción matemática que nos remite a Mozart y Haydn.
La cacofonía desde la sala aumenta. Es casi la hora del ensayo. No nos da tiempo de hablar de Sibelius y Mendelssohn. Pero no es tan grave: con escucharlos basta.
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