MÁS ALLÁ DEL ASPECTO eminentemente estético, para la profesora Adlín Ríos Rigau el arte debe tener la virtud de ser espejo, con la capacidad de reflejar la mirada de cuantos lo observen y se dejen tocar por la obra, como detonante para una reflexión sobre la condición humana de cada cual.
A este credo está anclada la curaduría que esta profesora y crítica de arte realizó para Encuentros / Desencuentros, exposición de la Colección Chocolate Cortés que abrirá al público a partir del 2 de junio próximo, en la sede de la Fundación Casa Cortés, en el número 210 de la calle San Francisco, en el Viejo San Juan, en los altos del ChocoBar. En esta exhibición trece artistas puertorriqueños “conversan” a través de su obra con otros tantos colegas del Caribe y América Latina, diálogos que abonan a la percepción y lectura que cada espectador haga de estas 26 obras –la mayoría expuesta por primera vez– que forman parte de la vasta colección atesorada por el señor Ignacio Cortés Gelpí, presidente de la Fundación y de la empresa Cortés Hermanos.
–Cuando don Ignacio Cortés y su esposa Elaine Shehab me invitaron a curar esta exposición y me percaté de ese credo, me sentí muy cómoda y contenta, porque eso, educar, es lo que he hecho toda mi vida, como profesora de arte en la Universidad del Sagrado Corazón –dice la profesora Ríos Rigau–. Tan pronto me dijeron lo que deseaban, supe lo que quería hacer: una exposición de binomios que explicase lo que es la conversación en el arte, que hablase del diálogo visual, en este caso poniendo a conversar a artistas de Puerto Rico con colegas de otros países del Caribe y de América”.
Para Adlín –profesora en la Universidad del Sagrado Corazón, fundadora de la Galería de esta entidad, miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y gestora de la idea y del proyecto que devinieron en el nacimiento del Museo de Arte de Puerto Rico– uno de los papeles fundamentales de un curador es “ser un intermediario entre el artista, su obra y el público”.
–Un curador debe de tener una idea, un concepto, para tratar de explicarle al público cómo mirar una exposición –explica–. Como sabemos, el artista crea en soledad. Cuando termina su obra la expone para que el público la mire, pero ¿cómo mirarla en el contexto de una exposición? La labor del curador es diferente a la del crítico de arte. Éste ve la exposición ya montada y da su opinión, misma que puede ser constructiva, destructiva, educativa… en fin. El curador está antes, es quien le da pistas al público sobre la mejor manera de ver e interpretar una exhibición.
No obstante –asevera ella– “en Encuentros / Desencuentros lo importante no es la visión de la curadora Adlín Ríos Rigau, sino solo una guía para que el público sea el espectador más activo y participativo posible”.
–Le estamos diciendo que tenemos binomios de obras, realizadas en soledad por sus respectivos creadores, una en Puerto Rico, la otra en algún otro país, en épocas diferentes y queremos ver cómo ambas pueden conversar entre ellas –explica–. Pero más importante aún después de que esas obras están juntas en una pared, seleccionadas según unos criterios, es que le estamos diciendo al espectador: “tú eres co-artista, tú eres co-creador de esa obra a través de tu propia mirada, que es el eslabón que completa el proceso creativo". Lo realmente trascendental es lo que ese espectador siente y piensa ante la obra, la manera como la celebra. En esta exposición, el protagonista no es el curador, sino el público.
"En mi vida no veo otra cosa que seguir contribuyendo con mi país a través del arte y la educación... Continuaré en esto hasta que tenga aliento..."
Adlín Ríos Rigau
Además de la idea del diálogo entre artistas, otro de los criterios que definieron lo que habría de ser Encuentros / Desencuentros –que incluye obras de maestros de la talla de Augusto Marín, Miguel Pou, Domingo García, Olga Albizu, Rafael Tufiño, Carlos Raquel Rivera, Carmen Inés Blondet, Nick Quijano, Sofía Maldonado y Luis Hernández Cruz– fue mostrar obras que no se habían exhibido anteriormente, según explica Adlín.
–Cuando recibí la invitación para este proyecto, descubrí la enorme cantidad, no solo de estupendas obras que integran la Colección Chocolate Cortés, sino también de medios, de técnicas y de artistas –comenta–. Decidí que, además de los binomios, debería haber un orden cronológico en lo que atañe a los artistas puertorriqueños para que quienes vean esto puedan seguir una línea en el tiempo.
–Lo que tú eres define la manera como curas la exposición y la explicas a través de las fichas que acompañan cada obra y el ensayo en el magnífico catálogo (diseñado por el artista Néstor Otero), con un enfoque estimulantemente educativo… ¿cómo encuentras el balance entro lo académico y lo ameno y didáctico?
–Si al hablar de la colección y de la exposición usé la palabra “educación”, ahora debo usar la palabra “accesibilidad” –asevera–. Yo creo que el buen profesor no es el que habla solo para él y para sus pares, sino el que reconoce a quién le está hablando, cuál es su público y todas las variantes que eso entraña, como el lugar, la educación, la cultura, en fin… No es lo mismo dar una clase en España que en Corozal, que fue donde fui criada. Estar en sintonía con eso es algo vital. Se trata de ser claro, accesible, ameno y a la vez con sustancia para que quien lea o escuche pueda entender, tener los elementos necesarios para desarrollar una fruición estética y que se sienta cómodo de participar en ese diálogo.
En la misma línea de pensamiento –y luego de más de cuarenta años como profesora- Adlín reconoce sin ambages que no le interesa pararse frente a un grupo de personas para impresionarlas solo porque ella quizá sepa un poco más.
–Lo realmente fundamental es compartir con ellos esta pasión por el arte que me acompaña desde que estudié en la universidad –asevera–. Creo que lo más importante es la accesibilidad, que las personas entiendan y puedan dar buen uso a la información que reciben. Un libro denso, erudito, no les ayuda mucho, por no decir nada. La educación y la accesibilidad son los valores que me han movido a hacer todos mis proyectos y a vivir a plenitud mi carrera profesional.
El camino…
A los 17 años fue que Adlín descubrió que el arte era la pasión de su vida. Hasta antes de esa edad sus vínculos con el arte no existían. Nacida en Santurce y criada en Corozal, en su infancia no hubo museos o galerías, tampoco artistas… hasta una mañana, hacia el final de su primer año en la Universidad del Sagrado Corazón (que en aquel entonces era el Colegio Universitario del Sagrado Corazón), adonde ingresó en 1968 sin saber qué carrera iba a seguir.
–Cuando terminé la escuela superior, escuchaba a todas mis amistades decir con mucha seguridad lo que iban a estudiar en la universidad… y yo, callada –recuerda–. Tomé las clases que me dio la registradora. Estudiaba para los exámenes finales del primer año cuando pasé por la habitación de una amiga que estaba pintando unos palitos de madera para colocarlos sobre un papel. Ese fue el momento. Comencé a ver cómo de eso surgían formas y colores y cuando le pregunté qué hacía, ella solo me dijo “arte... es para la clase de diseño de Jorge Rechany". Esa amiga de toda la vida, de Mayagüez, es Maru Negroni. Nunca olvidaré ese momento. Ya para el segundo año me matriculé en todas las clases de arte. No sabía dibujar, pero esa revelación fue como un rayo que me hizo descubrir en ese instante que era en el arte donde quería estar siempre y que es lo que –después de mi familia– le ha dado sentido pleno a mi vida.
A raíz de esa epifanía, durante poco más de cuatro décadas Adlín se ha dedicado a enseñar, a sembrar en miles de puertorriqueños que han pasado por las aulas que han servido de espacio para su vocación educativa.
–En los primeros años de mi camino como profesora me pude dar cuenta de que no estaba dando clases en Barcelona ni que mi labor era pararme frente a un grupo de personas a decir palabras de muchas sílabas –explica–. Desde entonces me propuse educar desde la accesibilidad, desde la amenidad, desde el placer, desde el juego. Tantos años de profesora me hacen pensar que he aportado a mi país y que sembré en miles de personas. Empecé a dar clases a los 25 años. Con frecuencia me encuentro con estudiantes míos en galerías y museos y me saludan. Me dicen “profesora, yo estoy aquí por usted” y eso me llena de una manera enorme, me desborda. Tanto tiempo, tantos estudiantes… lo más importante es que luego de cada clase se lleven algo que los acompañe el resto de sus vidas.
En esa larga lista de satisfacciones que Adlín atesora, una de las más emblemáticas y memorables para ella fue su papel como gestora y orquestadora del proyecto que habría de culminar con la inauguración del Museo de Arte de Puerto Rico.
–Pase muchos años de mi vida arengando en el salón de clases, como quien habla en el desierto, diciendo que nuestro país necesitaba un museo de arte propio, porque cuando mostraba a mis alumnos obras de arte en diapositivas, me preguntaban dónde podían verlas en vivo y yo les tenía que decir que no se podía, porque estaban almacenadas –recuerda–. Tanto estuve en eso hasta que me encontré con el entonces gobernador Pedro Rosselló y le dije que hiciera un museo de arte para que lo convirtiera en el proyecto cultural de su administración. Le envíe mi primer libro y meses después me llamaron de Turismo para que dirigiera la Oficina de Asuntos Culturales… y ¿sabes lo que les dije?, que no. Se los dije por teléfono tres veces, hasta que Luis, mi marido, me dijo, “Adlín, tu eres una mujer elegante y fina, ¿cómo es posible que digas que no, sin ir a una reunión?”.
En ese momento Adlín estaba inmersa en la creación de la Galería de Arte de la Universidad del Sagrado Corazón, espacio que dirigió durante 21 años.
–Mi marido insistió y, cuando me llamaron de Turismo por cuarta ocasión, fui a la reunión y acepté –añade–. Eso fue en el 94. En septiembre de ese año me dijeron que sabían que yo quería hacer un museo. “Pues adelante”, me comentaron. Ya en diciembre estaba yo en La Fortaleza mostrándole al gobernador unas ideas. En enero de 95 aprobaron el proyecto y se consiguieron los mejores arquitectos: Otto Reyes y Luis Gutiérrez. Yo terminé en el proyecto en 1999 y el Museo se inauguró en el 2000. Trabajé cinco años en esa idea que se finalizó según el tiempo y el presupuesto especificados. Después del Museo, y mirando para atrás, el amor de mis amores es la Galería de Arte del Sagrado Corazón, que fundé y que dirigí por 21 años. Como todo pasa, ya no estoy ahí, pero 99 exhibiciones son el mejor testimonio de esa labor.
–Profesora y no artista que hace obra, ¿cómo derivaste a la enseñanza y no a la hechura?
–MI amiga, comadre y mejor amiga, Connie Anne Martín, hace unos siete años me dijo, “¡ay Adlín! si hubieras seguido pintando hoy serías una artista famosa” –apunta–. Me dio algo fuerte cuando la escuché decir eso. Mira, yo terminé de estudiar mi licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de Barcelona en 1975. Regresé entonces a Puerto Rico, hice una exposición individual de mis pinturas y la misma noche de apertura se vendieron las 22 obras que exhibí. En eso comencé a dar clases y empecé también a pensar dónde yo podría aportar mejor a mi país. ¿Pintando, que tanto placer me da? o ¿enseñado y compartiendo mi pasión desde la educación? A partir de esa reflexión tomé la decisión de enseñar y nunca, nunca me he arrepentido. No soy artista, les digo a mis estudiantes que soy “una pintora dominguera”, que solo pinto de vez en cuando. En realidad, la educación es mi camino.
–Y la cosecha para ti ha sido infinitamente más grande porque así de inmensa fue la siembra…
–¿Tú crees?
–Bueno, ahí están los hechos, tus miles de estudiantes y la enorme cantidad de ellos que viven el arte gracias a las semillas que sembraste…
–En mi vida no veo otra cosa que seguir contribuyendo con mi país a través del arte y la educación –comenta–. Mi esposo me dice que todos los días me levanto y le hablo de mi deseo de hacer, de seguir haciendo. Continuaré en esto hasta que tenga aliento, haciendo curadurías independientes que tengan fines como el que tiene esta exposición Encuentros / Desencuentros. Tienen que ser exhibiciones como ésta. Ya hay bastantes curadores haciendo exposiciones de otro tipo, como parte de una tendencia que es la que parece dominar en el mundo de arte. Yo no, yo sigo pensando que hacen falta exposiciones que, además de atender el asunto estético, eduquen y ayuden a formar juicios y opiniones.
Sonríe con la transparencia de sus certezas.
–Si esta exposición llega a la mirada del otro, del espectador, del público, al corazón y hace que esa persona disfrute con fruición esta experiencia estética, me sentiré más que feliz porque para mí, una de las misiones del arte es hacer felices a quienes lo viven, a quienes lo disfrutan. Y digo “disfrutar” en el sentido vivencial más amplio, no solo de decir que el arte es “bonito” o “feo”, sino que provoque una reflexión sobre la condición humana de cada cual –finaliza.
Foto superior y vídeo por Eileen Rivera-Esquilín