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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Ignacio Cortés, 'dejar el mundo mejor de lo que lo encontré... eso es lo que me mueve'


COMPARTIR LA PASIÓN, invitar al asombro, despertar la curiosidad y abrir la puerta a la reflexión son los deseos e intenciones que han redefinido la manera como Ignacio Cortés Gelpí vive su amor por el arte, con la certeza de que la magnífica colección que ha atesorado es, no solo el fruto de una desbordante vocación estética, sino también parte de un plan de vida cuyo aliento fundamental es hacer que el mundo que lo rodea sea mejor cada mañana.

Con una ilusión genuina y reposada, Ignacio se prepara para vivir y disfrutar nuevamente en comunión parte del caudal de la Colección Chocolate Cortés a través de Encuentros / Desencuentros, exposición curada por la profesora Adlín Ríos Rigau que estará abierta al público a partir del viernes 2 de junio en la sede de la Fundación Casa Cortés, en el número 210 de la calle San Francisco, en el Viejo San Juan.

Al pensar en lo que representa para él la posibilidad de compartir con el público las obras de su colección, Ignacio señala que lo primero en lo que puede pensar es un sentimiento de profunda satisfacción, debido a que “han sido enormes las manifestaciones de gusto y agradecimiento que he percibido de parte de todos los que han pasado por las galerías de la Fundación para disfrutar del valor estético y educativo de lo que ahí se exhibe”.

–Lo que hemos podido lograr en tan poco tiempo es muy gratificante–. dice respecto a la trayectoria que ha trazado la Fundación Casa Cortés de la mano de la Colección Chocolate Cortés, piedras angulares del ambicioso proyecto de responsabilidad social y empresarial de Cortés Hermanos, empresa que preside–. Con esta iniciativa le hemos dado oportunidad a infinidad de personas y grupos de tener extraordinarias experiencias con el arte, algo que tiene una dimensión aun mayor si pensamos que muchos de ellos nunca habían tenido la oportunidad de estar expuestos al arte y a las posibilidades que éste ofrece. Todo esto nos ha llenado de una satisfacción enorme a todos los que participamos en este proyecto”.

Ignacio señala que el deseo de compartir su pasión artística con el público venía fraguándose desde hace tiempo, inquietud compartida con su esposa, Elaine Shehab, quien está a cargo del no menos célebre ChocoBar de Casa Cortés.

–Mi esposa y yo veníamos conversando desde hace tiempo de tener un espacio en el Viejo San Juan para ofrecer el Chocolate Cortés y también tener algo de arte –dice–. Hace unos años se hizo una exposición de la colección en el Museo de Arte de Caguas y a partir de entonces todo comenzó a tomar forma. Se sembró la semilla de lo que ha evolucionado hasta lo que hay ahora, un gran proyecto en el que tenemos como credo educar e inspirar con nuestra pasión por las artes del Caribe.

Este proyecto da alas también al afán de Ignacio por cumplir con una responsabilidad heredada y asumida por él con un compromiso tan acendrado como su pasión por el arte.

–Como puertorriqueño y como empresario, tengo la responsabilidad de compartir, devolver y añadir a lo que tengo en mi entorno –asevera–. En Cortés Hermanos, como una compañía puertorriqueña con una trayectoria de más de ochenta años, tenemos también una responsabilidad social que, primero con mi padre y ahora conmigo, hemos deseado cumplir a cabalidad. Tenemos la certeza de que a través de la Colección Chocolate Cortés se pueden crear las condiciones, no solo para ayudar a mejorar el entorno en el que nos movemos todos los puertorriqueños, educando y desarrollando la sensibilidad artística de nuestro pueblo, sino también para darnos a conocer fuera y que nos percatemos de que no estamos solos en el Caribe y que somos parte de algo más grande.

Respecto a Encuentros / Desencuentros, Ignacio señala que desde hace tiempo venía pensando cuál iba a ser la siguiente muestra de la Colección, como parte de un programa que contempla una exposición al año.

–El arte no vive en un vacío, enajenado de su realidad y su entorno –comenta–. Como sabemos, la realidad de Puerto Rico indica que, en última instancia, no nos estamos comunicando en el momento más crítico de nuestra historia y que debemos hablarnos como puertorriqueños y no quizá como tribu. Venía jugando con esa idea del diálogo, de los encuentros, de los consensos, de la comunicación. En la Colección hay mucho arte que provoca al pensamiento y a la reflexión. Cuando se lo expuse a Adlín, casi por inspiración divina hubo entre nosotros una comunión de pensamiento. De inmediato le surgió a ella la idea de hacer esta exposición de binomios para poner a conversar a maestros puertorriqueños con colegas de otros lugares del Caribe y las Américas”.

En Encuentros / Desencuentros –que cuenta con un extraordinario catálogo diseñado por el artista Néstor Otero– obras de 13 artistas puertorriqueños –entre ellos maestros de la talla de Augusto Marín, Miguel Pou, Olga Albizu, Rafael Tufiño, Carlos Raquel Rivera, Carmen Inés Blondet, Domingo García, Nick Quijano y Luis Hernández Cruz– "conversan" con las piezas de otros tantos artistas del Caribe y América Latina, diálogos silentes que podrán ser escuchados en esta esplendorosa exposición que convierte en verbo lo que nace del monólogo interno y en soledad, que se articula como parte del proceso creativo de cada uno de estos maestros quienes, sin haberse encontrado nunca en persona, se abrazan, se reconocen y se desconocen en el espacio siempre provocador y fraterno de las artes plásticas.

–¿Qué reflexión hace al ver estos pareos desde la mirada de la profesora Ríos Rigau, luego de tanto tiempo de convivir con estas obras y conocerlas? ¿Qué descubrió? ¿Había percibido esos diálogos? ¿Hubo descubrimientos, sorpresas, revelaciones? –le pregunto.

–Cuando adquiero una obra, además de mirar y reaccionar a la pieza en el momento, pienso en cómo encaja en algo más grande, en algo que está ahí, que es una colección –dice–. Se trata de una colección, así que hay un enfoque como punto de partida. Por lo tanto, miro la pieza y la veo en ese contexto, en su relación con las otras obras de la colección, busco si es que hay un hilo conductor. Eso es parte de lo que me motiva y de lo que hace la adquisición de una obra una experiencia única, desafiante y divertida. Sin haber pensado en esta exhibición, algunas de estas obras ya las veía en algunas combinaciones, jugando con las diversas posibilidades que adivinaba entre ellas. Dicho esto, habiendo hecho este pareo sin pensar en una exhibición, cuando veo estos binomios con Adlín, he descubierto nuevas dimensiones de las piezas que integran Encuentros / Desencuentros. Y sí, efectivamente ha habido sorpresas y revelaciones muy agradables y estimulantes.

La mirada retrospectiva

Nacido y criado en San Juan, Ignacio se recuerda como un niño con una amplia gama de intereses debido fundamentalmente a su “curiosidad intelectual”, rasgo que el tiempo y los hechos han confirmado como una constante en esa bitácora que recoge el tránsito de su vida.

–¿Qué reflexión hago cuando miro hacia atrás hasta donde me alcanza la memoria y la mirada? ¡Vaya!, esa es una pregunta de millaje con infinidad de vertientes como respuesta –dice con una sonrisa–. Algo determinante en mi vida es que he sido una persona curiosa siempre, con un deseo constante de aprender y conocer. La lectura para mí ha sido compañera desde que tengo recuerdo. En ese proceso tocaba muchos temas, viviendo y entrando en diversas puertas que se abrían en el camino. De querer ser vaquero, como infinidad de niños, las inquietudes se fueron asentando según esos intereses definidos por mi insaciable curiosidad intelectual. Estudié una maestría en Economía en Columbia University, en Nueva York, con una concentración en desarrollo económico. La economía siempre ha sido para mí una ciencia social fascinante y determinante para entender el comportamiento y las posibilidades del ser humano y de las sociedades.

Asimismo, Ignacio menciona su pasión por la arqueología –“dondequiera que viajo, busco piedras… piedras que me hablen de ese pasado”– y se describe como un “autodidacta” en esta ciencia.

–Y desde luego, el arte –añade–. Tengo una sensibilidad natural por la belleza, por su disfrute, pero sin el talento suficiente para ser artista. No obstante, en la fotografía y en el cine, que estudie a través de cursos de educación continua, sí he tenido buenos resultados y me han permitido expresarme artísticamente. Me fascina la música, pero no tengo talento para interpretarla. Si tuviera la oportunidad de vivir otra vida, creo que me encantaría ser músico. Pienso que la música puede ser una de las maneras más sublimes para vivir y expresarse.

Respecto al mundo del cine, Ignacio cuenta que lo descubrió en toda su plenitud durante la década de los 70, mientras estudiaba en Nueva York.

–Eran los años del “cinema verité” y me sumergí en ese mundo… a veces veía hasta tres películas el mismo día –evoca–. Recuerdo Breathless, de Jean-Luc Godard, con Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, y El conformista, de Bertolucci, que no me cansó de verla. Luego de seis años en Nueva York, en 1975 regresé a Puerto Rico deseoso de poner en practica esos conocimientos y decidí hacer una película. Sentí que sería menos complicado hacer un documental y se me ocurrió hacerlo sobre los gallos. No soy gallero, pero era algo que estaba ahí. Fue por curiosidad y sentí que sería interesante. Escribí el guión, lo produje y lo filmé… eso fue en el 77. Los auspiciadores fueron empresas muy importantes en ese momento, como la cerveza Corona, General Gases y una compañía de ron… Lo pude vender. Me lo compró el canal 11 de la cadena Pérez Perry. Se estrenó un domingo a las 9 de la noche.

Al explicar esa inclinación natural por el arte, Ignacio me muestra un cuadro pequeño que tiene en su oficina. Lo pintó su bisabuelo.

–En mi familia corre una vena artística muy profunda –apunta–. Mi bisabuelo fue un pintor de gran calibre, Ignacio Cortés Valls, catalán. Mi familia tiene obras de él que pueden estar dignamente al lado de las mejores en cualquier museo. Asimismo, mi abuelo, Pedro Cortés Forteza, diseñó el logo de la compañía, que ya tiene 89 años, y también las etiquetas de los productos.

Ignacio explica que su abuelo paterno nació en Puerto Rico y a los dos años se lo llevaron a España. A los 17 regresó y vivió en Manatí, donde se convirtió en empresario. En 1922 se fue a la República Dominicana y allá fundó la compañía elaboradora del Chocolate Cortés que posteriormente inició funciones en Puerto Rico.

–Mi abuelo fue un gran fotógrafo –rememora–. Llegó a Manatí con una cámara y comenzó a trabajar en un negocio de la familia, en un almacén. Con esa inquietud y gran sensibilidad empezó a retratar lo que era la vida en Manatí alrededor de los años 1914 ó 1915. Sé los años porque tengo fotos en las que se ven a miembros del Ejército de Estados Unidos reclutando soldados en Puerto Rico para la Primera Guerra Mundial. Gracias a él yo tengo un testamento fotográfico de lo que era el Puerto Rico de esos años. Son fotos estupendas, en las que se nota la mirada de una persona que sabía de encuadres y composición. Todo eso tiene un gran valor histórico y espero poder compartirlo algún día a través de una exposición.

De la misma manera, los padres de Ignacio –Ignacio Cortés Del Valle y Dora Gelpí, sanjuanero él, de Peñuelas ella– fueron figuras cruciales en el fluir del niño Ignacio por los caminos de la vida.

–Ellos tuvieron la visión de entender y darse a la tarea de abrirnos puertas a diferentes oportunidades de conocimiento y disfrute, sin forzar nada –comenta–. A mi hermana y a mí nos llevaban a Europa, con visitas a museos como el Louvre y El Prado. Como niños, en ese entonces lo que menos queríamos hacer era estar metidos en un museo… pero fueron pacientes y persistentes. En ese proceso sembraron y abonaron la semilla. Para mí, un momento de epifanía fue un día que mi papá me llevó al Museo de la Casa Sorolla, en Madrid. No opuse mucha resistencia. Fui y para mí eso fue una revelación. No olvido la impresión que me causaron esas obras de Sorolla con esa luz… esas playas, esas figuras, esas brisas. Eso para mí fue realmente una epifanía en cuanto a lo que habría de ser desde entonces el arte en mi vida.

–¿Cómo deriva de esa epifanía con los Sorolla a la vocación por coleccionar arte de Puerto Rico, del Caribe y de América Latina, en ese orden de prioridad? –le planteo

–No comencé a adquirir arte con la idea de tener una colección, sino solo por gusto –dice–. Compraba aquí y allá, según iban surgiendo las oportunidades, obras de artistas puertorriqueños y también del Caribe, así como europeos, orientales, estadounidenses… en fin. El énfasis en Puerto Rico y el Caribe es porque uno está aquí. En los años 60 y 70 no había muchas galerías y tampoco acceso a comprar arte que no fuera de Puerto Rico o de esta región. Viví en la República Dominicana bastante tiempo y me encontré con al arte de ese país y también con el arte “naive” de Haití en su momento de mayor esplendor y gloria. Me siento muy cómodo con esas expresiones, puedo conversar con eso, es cuestión de afinidad, como cuando uno ve a una mujer y se enamora de ella. De alguna manera hay un criterio de identidad que ya se empieza a definir desde entonces… A medida que el tiempo pasaba y aumentaba el número de obras empecé a pensar en las posibilidades que esta colección tiene.

Ignacio –quien se describe como “una persona sumamente estructurada y enfocada”– asevera que ve procesos en todo lo que hace, rasgos que inciden en su manera de coleccionar arte.

–Una colección puede ser tan amplia y diversa como el coleccionista la quiera hacer -asevera–. En el camino entendí que mi colección debía tener un enfoque. Creo que mientras más enfocada esté una colección, mejor. Comprendí que para Puerto Rico una colección que se enfocara en el Caribe, donde percibía yo un gran vacío de información, podía hacer un aporte valioso, genuino, sincero. Y cuando me refiero al Caribe, no aludo solamente a lo que son las islas alrededor de nosotros, sino a la gran cuenca del Caribe, el Golfo de México, la parte de Estados Unidos que lo bordea, Centroamérica y el noreste de América del Sur. Entiendo que compartir con el público esta colección era una excelente manera de hacer un aporte concreto y diferente a Puerto Rico.

–Sé que rechaza las etiquetas y que evita llamarse a sí mismo “coleccionista”, pero sin duda lo es… ¿qué hace de un coleccionista un buen coleccionista? –le pregunto.

–La respuesta es amplia –dice ponderando sus palabras–. Primero el enfoque, como ya dije. Es válido comprar obras solo por el gusto mismo, y respeto a quien así lo hace, pero si yo fuera a definir lo que hace de una colección una gran colección –y por extensión a la persona que está detrás de ella–, diría que el enfoque añade un valor indiscutible. De la misma manera, tiene que haber pasión genuina y un profundo respeto hacia la obra de arte. Claro que hay otras consideraciones, como la fama del artista o pensar si la obra va a subir o no de valor. Sin duda son cosas que influyen, pero para mí eso es secundario. Lo primero es respeto, empatía hacia la obra, con un enfoque, una intención, una coherencia. También un ojo crítico y educado para seleccionar. Aunque una colección siempre es una inversión, esto nunca ha sido para mí el motivo fundamental. Vendí mi primera obra este año y fue solo para explorar el mundo de las subastas… fue en Sotheby’s. Todas las obras que tengo son como hijos, solo que en este caso quise saber cómo era ese mundo.

–Ahora una pregunta pesada, y disculpe –le digo–. Si tuviera que pasar el resto de su vida en una habitación con una sola de sus obras, ¿con cuál sería?

Me mira fijamente y sonríe…

–Sí, es una pregunta pesada… lo haría solo si me obligan –apunta–. Pero espera... si es un cuarto, obviamente tiene cuatro paredes… Quizás así sí podría intentar imaginar una respuesta. Cuatro obras, no una sola. Podría responder… quizá, pero sería una decisión muy dolorosa.

Sonríe de nuevo…

–Mira, vamos a ponerlo de esta manera –añade–. Yo me puedo sentar frente a la inmensa mayoría de las piezas que tengo, todos los días y sentirme motivado y provocado para conversar con ellas, quizá con la misma ilusión y curiosidad que la primera vez que las vi y añadiéndole nuevos matices a la lectura.

–Mejor esta respuesta que la que no me dio –le digo–. Ahora, ya para terminar… Después de tanto vivir… de tanto vivir el arte, la familia, las amistades, el mundo de los negocios, lo bueno y lo menos bueno, ¿tiene un atisbo de para qué estamos aquí? ¿Para qué sirve todo esto? ¿Qué lo ilusiona? ¿Qué lo hace levantar cada mañana para seguir haciendo lo que hace?

–Curiosamente hace unos días, conversando con un grupo de amigos muy cercanos con el que desde hace 22 años me reúno el primer lunes de cada mes para hablar de lo que sea, uno de ellos hizo ese mismo planteamiento… y todos opinamos –señala–. A la conclusión que he llegado es que vivo todos los días tratando de añadir algo a lo que me rodea para que esté mejor que el día anterior. Eso me ilusiona… que cuando yo ya no esté aquí, haya podido contribuir a dejar mi entorno, mi familia, mis amigos, mi empresa y mi sociedad, mejor como resultado de mi paso por la vida. Y no me refiero a cosas épicas, sino a lo cotidiano, a las cosas simples que tiene la existencia. Contribuir a que haya una vida más plena y dejar el mundo mejor de lo que lo encontré... eso es lo que me mueve.

 

Vídeo y fotos: Eileen Rivera Esquilín

 

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