HACE CUARENTA AÑOS ocurrieron algunas cosas que me definieron y determinaron el camino que habría de seguir en la vida: en 1977 me casé y vine a vivir a Puerto Rico, sin saber –sin pensar– si sería para siempre o no, solo que era lo que en ese momento me ilusionaba, con todo la inocencia y candidez que se solía tener a los 21 años cuatro décadas atrás.
Ya había comenzado a venir a la Isla durante la época navideña desde 1975 y en el proceso el cine acentuó su presencia en mis pasiones por una razón elemental: las salas cinematográficas eran espacios habituales y muy queridos durante el noviazgo con quien habría de convertirse en la madre de mis hijos. De su mano fui a ver películas como The Way We Were, The Godfather, The Sting, Jaws, Chinatown, Three Days of The Condor, Dog Day Afternoon, The Outlaw Josey Wales, Earthquake, The Poseidon Adventure, Tower Inferno, The Tamarind Seed y Saturday Night Fever, entre muchas más, la mayoría de ellas aquí, en Puerto Rico, algunas en la Ciudad de México.
Star Wars fue la última película del noviazgo –que es lo mismo que decir de mi soltería– en algún momento entre septiembre y octubre de 1977, en una de las desaparecidas salas en Plaza Las Américas, donde hoy está Macy’s –antes de irnos a casar a México en diciembre–, y todavía recuerdo la tectónica e indeleble impresión que causaron en mí los primeros compases de su célebre obertura, sin imaginar ni remotamente que cuarenta años después recordaría ese momento y que en esas notas estaba cifrada de alguna manera la semilla de la inmensa pasión cinematográfica que pocos años después germinaría en mi hijo y que ha servido de cauce a su vocación periodística.
Por esto me es imposible escribir de los cuarenta años del estreno de Star Wars desde una distancia objetiva. No puedo y tampoco se me antoja. No puedo ni se me antoja porque hay cosas cuyas resonancias emotivas solo tiene espacio desde la subjetividad, como me sucede con la trilogía inicial de esta saga de George Lucas, con música del maestro John Williams, que será celebrada mañana viernes –a partir de las 7 p.m. en la Sala Sinfónica Pablo Casals– por la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, dirigida por su director asociado, el maestro Rafael Enrique Irizarry, cuyos afectos por esta partitura son también entrañables y quien ha tenido la deferencia de invitarnos a mi hijo y a mí a conversar brevemente con él como parte del programa.
–Cuarenta años atrás las salas de concierto se despoblaban –explica el maestro Irizarry–. Cuarenta años atrás el gran sonido sinfónico que había ocupado el subconsciente colectivo de los públicos que sintonizaban la radio, veían la televisión e iban al cine había entrado de decadencia también. Recordemos que en los años 50 y 60 había espacios en horario estelar en los que cantaban estrellas como Birgit Nilsson, con el auspicio de grandes empresas. La NBC tenía una orquesta residente dirigida por Arturo Toscanini y por Bruno Walter; el Metropolitan Opera transmitía en vivo a todo el planeta desde 45 años antes con el auspicio de la firma petrolera Texaco, por radio comercial y por onda corta, por lo que se podía captar en cualquier lugar del orbe. En la década del 70 eso empezó a declinar.
Es durante este declive –recuerda el maestro Irizarry– que comienza un resurgir con la banda sonora de la película Jaws, en 1975, obra también del maestro John Williams.
–Ese es el precedente, Jaws, con un sonido acústico, sin adulterarse con instrumentos electrónicos, acudiendo a técnicas de composición que estaban aparentemente obsoletas –añade Irizarry–. El maestro John Williams decide que habrá de utilizar unas frases melódicas cortas como motivos conductores, para sugerir, para cautivar, para sugestionar. Fue esa la película más taquillera hasta entonces… y el público comenzó a prepararse. Dos años después, Star Wars. No creo que haya que ser un aficionado a la cultura popular para estar, si no prendado, el menos sí fascinado con todo este fenómeno alrededor de esta saga fílmica y varias de sus bandas sonoras. Ya lo dijo el maestro Williams: “es infinitamente atractivo” ver cómo todo esto se ha desarrollado.
El maestro Irizarry añade que, cuando el maestro Williams fue a Londres a grabar la banda sonora de la primera entrega de la saga –A New Hope– los músicos de la orquesta sinfónica de esa ciudad, “maestros curtidos por miles de horas en el estudio de grabación con compositores distinguidísimos antes de John Williams –a la sazón un hombre de cuarenta y tantos años– fue que todo era muy atractivo, pero una especie de broma, una suerte de extensión al espacio sideral de las fantasías de capa y espada de los años 30 y 40”.
–Obviamente subestimaron la experiencia que estaban viviendo en esos momentos –dice el maestro Irizarry–. Hasta antes de la de Titanic, en 1997, la banda sonora de Star Wars fue la de mayor venta en toda la historia. Y algunas marcas relacionadas con esa efervescencia en el interés del público aún se sostienen. Si caminamos por el mundo de las grandes orquestas y conversamos con cualquiera de sus miembros de cierto rango de edad, nos dirá que una de las influencias en su vocación como instrumentista fue la música de Star Wars, que no es música popular en el sentido liviano, carente de tracción estética. No lo es, de la misma manera que tampoco es, y lo digo con apego a mi responsabilidad ética, de la categoría cimera de las obras de los grandes maestros europeos.
Asimismo, el maestro Irizarry comenta que “alguna vez se regó la falsedad de que yo había dicho en mi programa de radio que John Williams y Richard Wagner eran equivalentes”.
–Jamás dije eso –apunta con vehemencia–. No lo son y esto mismo lo afirma sin rubor el propio maestro Williams. Pero sí son parte de un ‘continuum’ histórico. No sé si es coincidencia o intervención de la providencia que justamente cien años después del estreno de El anillo del nibelungo, se estrene Star Wars. Ambas van por la misma línea: recontar las mismas historias respecto a la condición humana. ¿De qué se trata Star Wars? Del conflicto del bien y el mal, algo que está desde el inicio de la historia de la Humanidad. Star Wars también es un problema de familia… si alguien quiera darla la lectura freudiana es libre de hacerlo. La música de la trilogía original es un parteaguas, es un antes y un después… sin afán de competir con las obras de los grandes maestros.
Al hablar del significado que tiene para él esta música, el maestro Irizarry dice que sus resonancias emotivas lo desbordan.
–Fueron largas horas de contemplación en mis años de juventud a una pregunta muy esencial cuando estás tratando de aprender a tocar un instrumento: ¿Cómo esa gente puede tocar eso así? ¿Podré yo algún día tocar de esa manera? Y se complica con el paso del tiempo: ¿Alcanzaré a tener yo algún día esa música en mi atril para poder siquiera tocarla? –reflexiona, antes de quedar en silencio por varios segundos–. Y fue con el propio maestro John Williams, no hace mucho, que tuve ese privilegio. Cuando acabé de tocar, por un momento fugaz que duró una eternidad, el maestro levantó su mirada de la partitura, fijó sus ojos en mí, y me dijo “¡excellent!”. Hasta ese momento esta música fue para mí un acompañante eterno e invisible, una estrella inalcanzable y, de pronto, pude tocarla nada menos que de la mano de su creador. Como puedes deducir, falta un poco de razón en todo eso… Porque hay un grado de emotividad tan arrebatador, que la razón pasa a segundo plano.
–Dicen que el corazón conoce de razones que la razón desconoce –le digo.
–Mira, esta música ha sido un compañero invisible –reitera–. Siempre ha estado ahí y creo que por eso es este sentido tan inmenso de gratitud, porque ha estado ahí siempre, en los momentos felices y en los momentos terribles. Ha sido siempre una manera de reencontrarme conmigo mismo. También hay otra cosa que para mí es esencial: ¿por qué un concierto no puede ser una ocasión jubilosa? Venimos a escuchar la Quinta sinfonía de Shostakovich y nos conmovemos hasta las lágrimas, al igual que con la cuarta de Brahms y hay programados extractos de El anillo del nibelungo para el año que viene con el maestro Valdés a la batuta y sé que estaré sobrecogido desde los ensayos… Esta música del maestro John Williams es otra estética pero igualmente capaz de conmover y llevar al júbilo, como el júbilo incandescente que experimenté al estar en un concierto de la Filarmónica de Nueva York y tan pronto sonó la primera nota de la obertura de Star Wars, cuatro mil personas estallaron en una ovación que por unos momentos eclipsó el sonido de la orquesta, todos felices. De eso es de lo que se trata porque, como hemos hablado muchas veces tú y yo, nunca sabemos cuándo será la última vez.