DOS TERCERAS PARTES de mi existencia las he vivido aquí, en esta isla que ha sido mi tierra durante cuarenta años. Y digo “mi tierra” por no decir “mi país”, por no decir “mi patria”, por no decir “mi nación”, conceptos que en Puerto Rico están llenos de espinas y suelen polarizar e incitan a la confrontación.
Digo “mi tierra” porque ya me cansé –y es mi cansancio, solo mío, con todo el derecho que esas cuatro décadas me dan– de la discusión eterna sobre lo que somos o no somos, sobre lo que nos hicieron los españoles y los gringos, sobre la colonia y el estado libre asociado, sobre el territorio y la estadidad, sobre los partidos y los políticos, sobra la junta y promesa, sobre cofina y los bonistas, sobre la quiebra y los cráteres en las calles, sobre el estatus y el plebiscito... Estoy cansado. Estoy harto.
Durante los últimos cuarenta años he vivido en esta tierra –mi tierra–, con todo lo bueno y con todo lo malo –como en todas partes, donde hay de todo– y del proceso ha quedado un destilado de lugares y personas que trasciende la polémica, el desencuentro, la estupidez, el fanatismo, la maldad, la locura, la trivialidad, el absurdo y que tiene en ese concepto –“mi tierra”– la noción más simple que me da la geografía para nombrar lo que ha sido hogar, más allá de las definiciones legales y de lo que no se ha dejado de discutir que somos desde mucho antes de yo haber llegado para vivir aquí en 1977.
Miro atrás, miro al frente y eso es lo que rescato… mi familia, mis amigos, mi oficio, mis recuerdos e ilusiones, infinidad de lugares de esta, mi tierra, que no sabe si ser “país” o “estado”, que desconoce si quiere seguir siendo “colonia” o si quiere ser de donde no la quieren.
Sí, digo solo “mi tierra” porque en verdad que estoy muy cansado de todo lo demás. Estoy harto.
(Esta reflexión fue publicada originalmente en la sección del "Buscapié" de El Nuevo Día en su edición del 16 de mayo de 2017)