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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Eddie Ferraioli novela su épica familiar en 'Semillas amargas'


HAN PASADO poco más de seis décadas y el recuerdo permanece intacto: era un niño de 5 años vestido como un soldadito de plomo listo para salir al escenario en una obra infantil en la Academia del Perpetuo Socorro. Durante varias semanas había aguardado impaciente ese momento y, llegado el día, se sentía la persona más feliz del mundo. Sin embargo, cuando escuchó el llamado para aparecer frente al público, una ansiedad inmensa lo paralizó y se desmayó. Aquella experiencia habría de convertir su vida en un camino muy arduo y solitario durante casi medio siglo.

Incapaz de socializar y con severos problemas de comunicación, Eddie Ferraioli se refugió en su pasión por las artes plásticas e hizo del vitral su manera de interpretar el mundo, como parte de un largo proceso que lo llevó a la cura poco después de iniciado el nuevo milenio. La represa que durante tanto tiempo mantuvo estancadas las palabras se abrió en un torrente que tiene como mejor y más reciente testimonio la obra Semillas amargas, una épica familiar novelada –editado por Gizelle Borrero para Divinas Letras, con ilustraciones del maestro Rigoberto Quintana– que hoy sábado se presenta a partir de la 1 p.m. en la Fundación Sila María Calderón, en e Centro para Puerto Rico, en Río Piedras.

Conversamos en su galería en Miramar, entre obras y manuscritos, en un ejercicio en el que, al mirar en retrospectiva, le revela los orígenes de ese sufrimiento que, asevera, lo "incapacitó por mucho tiempo".

–Al recordar mi infancia veo ese dolor inmenso, pero veo también a muchas mujeres que han sido “el aire debajo de mis alas” para yo seguir adelante y alcanzar lo que he alcanzado. La primera, mi madre, Marjorie; luego mi esposa Mary y, la más reciente, mi editora y "ángel de la guarda" Gizelle Borrero –dice–. Mi madre fue mi primer sostén desde aquel día en la Academia del Perpetuo Socorro, cuando mi química cerebral se alteró en un vía crucis que llegó hasta el año 2002. Quedé incapacitado, por ejemplo, de comer con otras personas, como parte de una fobia social muy intensa. Mi desarrollo fue bastante traumático. Para que tengas una idea, por ese problema fui el único estudiante que no fue al “senior prom”. No podía bregar con eso. Curiosamente, durante algunos años me destaqué en deportes, hasta que también dejé de poder estar en una cancha de baloncesto.

Eddie recuerda que en la escuela había escrito algunas cosas y que durante su juventud temprana se sintió atraído por el mundo de los hippies, “gente sin convencionalismos, con una forma de vida que parecía ser lo que yo necesitaba”.

–Cuando salió Bob Dylan con su canción Like a Rolling Stone, hice un último intento para escribir –señala–. Era el año 1967. Hice unos cuantos poemas en inglés. Los veo ahora y digo “¡qué malos son! ¿cómo pude escribir eso?”. En aquel tiempo empecé a ir a una siquiatra de la que me enamoré, algo que no es raro que ocurra en procesos así. Nunca se lo dije… elle me pidió que le llevara las cosas que estaba escribiendo. Lo que leyó le reveló mi obsesión con el tema de la muerte y con quitarme mi propia vida. En mi casa me vigilaban constantemente. Tomaba un medicamento de la vieja escuela porque, para inhibir la serotonina, el Prozac aún no existía. Fueron décadas de una depresión muy fuerte, refugiado en mi taller, haciendo vitrales, sin tener que hablar con nadie.

Ese largo y sinuoso camino llegó a su fin de una manera providencial, gracias en gran medida a su pasión por el arte y su talento por el vitral. Temprano en el año 2002 lo invitaron a exponer en el Museo de Arte de Ponce una colección de 36 puertas y ventanas. El gozo por este honor se convirtió nuevamente en angustia –casi como lo que le ocurrió de niño antes de salir al escenario– cuando le dijeron que, como parte de la exhibición, tenía que estar al frente de tres visitas guiadas.

–Hasta ese momento estaba resignado a seguir como estaba –apunta–. Ya llevaba más de 20 años de casado y más o menos sobrevivía, porque mi esposa sabía de mis particularidades y me protegía. Hacia lo que me apasiona, los cristales en mi taller, sin ver a nadie. Me dio un gusto enorme que me llamaran del Museo de Arte de Ponce para exponer, pero cuando me hablaron de las visitas guiadas, quedé en shock. ¡Yo, que no podía hablar en público! Imagínate. Cuando supe eso, comenzó la ansiedad. No dormía. Mi esposa me llevó a ver al joven siquiatra que estaba viendo ella. Le hablé de mi problema y le dije que me quitaba ese miedo o yo cancelaba la exposición y me tiraba del piso 22 de mi edificio.

Y el milagro se hizo: el médico le dio a Eddie una pastilla y le dijo que fuera aumentando la dosis de manera gradual.

–En seis semanas mi vida había cambiado por completo… se fueron todos los miedos, no quedó rastro de lo que yo era –dice con emoción–. Me embargó una felicidad inmensa. Expuse en Ponce y durante mis presentaciones y visitas guiadas de lo que menos hablé fue de los mosaicos. Todo fue un testimonio de mi curación… me “desnudé” frente al público.

De la palabra hablada a la palabra escrita fue dar solo un paso. Su primer intento de recuperar esa vieja pasión por la escritura fue Vírgenes eróticas y ángeles lascivos, el más reciente, un puñado de libros de largo aliento entre los que Semillas amargas es el primero en ser publicado. Con orgullo y satisfacción evidentes pone sobre la mesa varios legajos de páginas manuscritas, tanto de esta novela como de las que espera publicar en un futuro no muy lejano.

–Semillas amargas fue escrito a mano, la mitad en Puerto Rico y la otra mitad en España –dice–. Hace siete años yo no sabía lo que era una computadora. Cuando le mostré a Gizelle el manuscrito, lo primero que me dijo fue que, si íbamos a trabajar eso juntos, tenía que comprarme una Apple. Este libro nació tan temprano como en el 1956 o 1957, cuando tomé conciencia de que, además de que soy puertorriqueño, tengo unas raíces inmensas en Italia y en Alemania. Escuchando los cuentos de mi padre sobre Italia, se sembró en mí la semilla que tardaría bastante en ser lo que es hoy.

Al hablar de la envergadura que plantea embarcarse en la escritura de un libro de poco más de 600 páginas que es una suerte de épica familiar, Eddie señala que, aunque por momentos puede parecer abrumador, lo tranquilizó saber que él es “solo un interlocutor”.

–Como interlocutor de una dimensión que no conozco, simplemente las palabras se vaciaron a través de mí –explica–. Lo escribí en papel, a mano. Simplemente se abrió la represa que yo estuve aguantando durante más de cincuenta años y las palabras fluyeron en una experiencia buenísima y gozosa, sin el dolor del que hablan tantos escritores, sin bloqueos. Todo estaba ya tan trazado en mi mente que simplemente fue dejar que saliera. Ésta nunca fue una novela planificada, sino que me sentaba a escribir sin saber qué iba a suceder y simplemente todo nacía, palabra tras palabra. Así fue que evolucionó… yo no sabía cómo iban a ser mis personajes, se fueron definiendo en el proceso que fluyó como un torrente.

Al hablar de lo que hay del libro en él, de lo que hay de sus personajes en él, Eddie dice que “hay muchísimo de Alessandro y de Nicola”.

–Hay mucho en mí de esos gemelos y por eso se me hace tan fácil escribir –señala–. Muchas de las experiencias que ellos tienen en el libro son mías también… y tengo la ventaja de lo que he sufrido. Eso, el dolor, en su momento fue terrible, pero ahora que ya no lo tengo, me doy cuenta de todo lo que me ha nutrido esa tragedia emocional de tantos años. Ahora estoy vertiendo palabras por felicidad, porque me atrevo a admitir y hablar de los traumas sicológicos tan grandes que tuve que vivir. Si la novela tiene mucha sicología es porque estoy viendo las cosas desde el punto de vista del paciente y no del médico, que siempre suele tener una perspectiva más objetiva y distante.

Al ver esa obra terminada y tener en sus manos el libro que es la suma de una vida, Eddie dice que experimenta dos cosas

–Siento una reivindicación inmensa, conmigo mismo y con todos los que pensaron que yo jamás iba a ser capaz de escribir un libro de esta dimensión, tanto formal como de contenido –dice–. Una vez escribí una cara para el San Juan Star y una persona la leyó y le hizo infinidad de correcciones. Ahora esa persona sabe que yo he publicado esta novela. Yo pensé que iba a ser recordado por ser un artista del vitral, pero me doy cuenta de que, si sigo el camino que llevo, la gente me va a recordar como un escritor. De todas las actividades del hombre, la escritura es lo máximo, dar vida a través de las palabras no tiene paralelo.

Como colofón, Eddie evoca al autor de Hamlet.

–Para mí también ha sido maravilloso llegar a comprender en toda su magnitud esa famosa frase de Shakespeare de que “todos somos actores en el teatro de la vida” –apostilla–. Me trae mucha paz saber que yo simplemente soy personaje en una novela que alguien, no sé quién, está escribiendo y que esto es lo que me ha tocado vivir como ese personaje.

 
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