DE NIÑO APRENDIÓ con su padre a hacer diminutos ladrillos de arcilla y ponerlos al fuego para endurecerlos. Eran como los “LEGO” de los muchachos de ahora. Con esos bloques construyó hace seis décadas sus primeras estructuras, sus primeras ciudades, sin imaginar por un instante que muchos años después recordaría aquellos días como si no fuesen tan remotos, como si todavía pudiese oler aquella tierra húmeda de la infancia, como si ser uno de los arquitectos más célebres del mundo nunca hubiese dejado de ser otra cosa que uno de esos sueños épicos con los que la infancia suele estar amueblada.
Conversamos con el arquitecto español Fernando Menis hace unos días, en la antesala de la charla sobre su vida y obra que ofreció en la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, en su sede frente al Parque de Bombas de Ponce, como parte del proyecto de internacionalización de esta entidad educativa, según explicó el arquitecto Luis V. Badillo-Lozano, decano de la Escuela.
Oriundo de Santa Cruz de Tenerife, donde nació hace 65 años, Menis –en su tercera visita a Puerto Rico desde finales del siglo pasado– reconoce que no suele recordar aquellos días en los que comenzó a perfilarse el camino que habría de seguir.
–Era un niño muy inquieto –rememora–. Me la pasaba corriendo y hacía mis propios juguetes, quizá por influencia de mi padre. A los nueve años ya jugaba con fuego y hacía ladrillos. Mi padre no sabía qué hacer conmigo. Yo era muy ingenioso, muy manual. Mi padre, muy pragmático, diseñaba sus propios muebles. Era gerente de una fábrica y también arreglaba relojes. Tenía un taller en casa y reparaba de todo a todos los amigos. En mi casa crecí escuchando serruchar y martillar y con el tiempo también yo aprendí a hacerlo. Y mi madre… Cuando mi madre te hablaba, no sabías si lo que te estaba contando era verdad o fantasía. Ella era una soñadora nata, no paraba de soñar y de contar. No era como García Márquez, pero algo de eso tenía. “Flotaba” mucho.
De pequeño, quiso ser médico, deseo que le duró hasta los 14 años. Luego de eso decidió que iba a ser arquitecto.
–Beatriz Matos, una amiga, decía algo que me parece precioso: El médico se encarga de la piel hacia adentro y el arquitecto de la piel hacia afuera –comenta–. En estas palabras encuentro ciertos paralelismos entre el arquitecto y el médico. Tengo amigos médicos a quienes les hubiese encantado ser arquitectos…
–¿Cómo llegó esa conciencia de que el arquitecto –de que usted– trabaja de la piel hacia afuera, con todo lo que eso implica? ¿Cómo descubre que ese afán de construir tiene esa dimensión más trascendental?
–Bueno, creo que uno hace muchas cosas en la vida sin esa conciencia. Yo quise ser médico y luego me decidí por la arquitectura, sin una verdadera reflexión con esa profundidad. Mi primera reflexión sobre eso apenas comencé a hacerla hace unos ocho años, cuando inicié mi doctorado. Comencé entonces ese proceso de reflexión que se prolongó por los siguientes 4 ó 5 años. Descubrí entonces que siempre ha habido una buena dosis de intuición en todo lo que hago. En realidad, intuición y sentido común. Ambos van de la mano. El sentido común también ha estado siempre presente.
"Lo digo no solo de la arquitectura, sino de todas las profesiones: si lo que se hace para vivir se hace por gusto, por pasión, no es trabajo, es una delicia. Eso es lo mejor que te puede pasar en la vida… porque realmente tener que trabajar es una putada"
Fernando Menis
–Alguna vez dijo que el sentido común es su principal fuente de inspiración…
–Sí, pero paralelamente con la intuición. Por eso que he contado de mi madre y de mi padre, de esa especie de creatividad que me viene seguramente de ella, más la parte pragmática de mi padre. El deseo inagotable de aprender cómo y por qué funcionan las cosas. Se trata de una mezcla de detalles que no funcionan de manera aislada. Todo eso ha tenido una profunda huella en mi a nivel urbanístico, porque mi título así lo dice. Cuando aprendí todo eso, cuando lo asimilé, comencé a producir una arquitectura aparentemente un tanto caprichosa, pero cuando hablas con los usuarios, resulta que son estructuras que definen como edificios en los que resulta muy bueno trabajar. Más que “bonito o no”, el norte es ese, que lo que construyo sea muy bueno para trabajar. Lo demás llega por añadidura. Eso es lo mejor que un cliente me puede decir.
Inevitable es la reflexión que Menis hace como secuela de un paseo matutino por el centro de Ponce.
–Esta mañana hice un paseo por aquí por el centro de la ciudad, con mi mujer, y vimos el potencial tan grande que tiene esta ciudad tan bonita, pero está en un estado de tristeza total –asevera–. Lo que no se vende, se está cayendo… es una cosa terrible. Me recuerda un poco a nuestra recesión económica en España, pero aquí hay algo más. No se trata de un problema económico solamente, sino de no saber lo que tienen realmente en las manos. Hay muchas cosas de Puerto Rico que me recuerdan Tenerife, que también fue una avanzadilla colonial, la plataforma después de la península por donde pasaba todo lo que venía para América. Canarias es una estación de servicio en medio del océano.
–De ser el arquitecto canario y el gran arquitecto español, a ser considerado uno de los grandes arquitectos del mundo… ¿cuándo se dio cuenta de que eso había sucedido?
–Eso, sí se ve, se ve desde fuera –dice–. Lo único que tengo claro es que todos los días es un nuevo comenzar. Esto de ser arquitecto no te creas que es tan fácil, menos aun en un lugar como Tenerife. Hay un dicho en mi país que dice “sitio pequeño infierno grande”. No obstante, yo tengo la suerte de que Canarías me ha dado la oportunidad de hacer una arquitectura que me ha servido de plataforma al exterior. Nosotros salimos de España a trabajar no por necesidad, sino por ilusión, antes de la crisis. Dulce, mi esposa, venía leyendo una cosa en el periódico que nos llamó mucha la atención, sobre lo que somos: una pequeña multinacional. Tenerife está muy bien conectado. Tememos 14 millones de turistas al año y en Canarias somos dos millones de habitantes. Somos para Europa lo que Hawái es para Estados Unidos. Tenemos los mismos vientos alisios, un clima muy bueno y un gran sistema de salud. Muy buenos colegios y escuelas públicas. Sí, se pagan muchos impuestos, pero los beneficios sociales son muchos. Es un muy buen sitio para vivir.
Con infinidad de proyectos y galardones, uno de los éxitos más recientes de Menis es el centro cultural de la ciudad de Torun, en Polonia –el CKK Jordanki, que es su nombre–, que incluye una imponente sala de conciertos con una acústica impecable.
–Yo nunca había estado en Polonia y, como siempre que participo en un concurso, visito previamente la ciudad donde la estructura se va a construir. Estudio su economía, su gente, su cultura… en fin todas las variables de su entorno y de su potencial económico y social –explica–. En este caso, la idea de tener un auditorio, que era la base del concurso, la incumplimos, porque lo que ofertamos en realidad fue un auditorio multifuncional. Hacer solo un auditorio no iba a ser autosustentable ya que había tanto público. De haber ofrecido solo eso, ahora mismo sería un agujero considerable para las finanzas del ayuntamiento. Lo que finalmente hicimos y ganó el concurso, puede albergar congresos, exposiciones de carros, ferias, en fin… Hicimos una infraestructura en armonía, no solo con el entorno, sino con las necesidades y con las posibilidades reales de la ciudad. Así lo entendió el jurado.
Menis explica que en este proyecto fue una gran escuela para todos los involucrados.
–Durante dos años y medio manejamos unos 450 kilos (unas 900 libras) de cartas. Todo es muy burocrático, con un papeleo increíble –comenta–. Somos una multinacional a pequeña escala con la necesidad de una reinvención diaria en un mundo con reglas siempre cambiantes. Nuestro trabajo es caminar por lugares donde no hay ningún camino trazado. Todos los días tienes que inventar nuevos caminos según el lugar en el que estés trabajando, con una infraestructura pequeña en la que yo tengo que hacer otras muchas cosas que no es solamente diseñar… entrevistas, por ejemplo. Aprendí mucho de conversar con periodistas. El arquitecto que se rodea solo de arquitectos está perdido y se le hará muy difícil entender la sociedad.
–Si tuviera que pasar el resto de su vida en una de sus obras, ¿en cuál sería?
–En mi casa, en Tenerife. La construí yo y me encanta, espero vivir siempre ahí, mientras no me la quite el banco –bromea–. Pero cada obra es una aventura diferente. Tengo la gran suerte de formar grupos de no menos de siete personas, alianzas estupendas. En mi firma tenemos un currículo que da una confianza absoluta al propietario de que la obra va a terminarse y cumplir sus expectativas. Se trata de proyectos en los que muchas personas ponen de por medio sus prestigios y su futuro, con inversiones de 50 o 100 millones de euros. Está apostando por algo realmente innovador, que muchas veces no entienden. En Polonia, por ejemplo, era todo pura invención, el techo, las paredes… un antes y un después en cuanto a la estética y la acústica. Su alcalde valiente, tan valiente que el día de la inauguración de la obra, las palabras oficiales no las dijo él, sino que me dio a mí ese honor. Eso nunca me había pasado en mi vida. Usualmente los arquitectos hacemos los edificios y, cuando los acabamos, nos quedamos a un lado en la foto, sin embargo, en ese caso, me pidió que dijese algunas palabras ante su ciudad.
–¿Qué queda en usted de aquel niño que construía pequeños ladrillos al fuego junto a su padre?
Piensa…
–No sé… creo que todavía sigo soñando, quedan muchas cosas que me gustaría hacer… sigo siendo muy manual, como cuando niño, construir cosas con plastilina, jugar. Sigo participando y liderando todos los proyectos de mi estudio. Tengo ganas de seguir investigando, innovando, descubriendo. Todavía tengo mucha ilusión por aprender.
–Luego de tanto tiempo de mirar la vida a través de arquitectura, ¿cuál ha sido la mejor enseñanza que ha tenido?
–Que he tenido una suerte tremenda y se lo digo a los estudiantes: yo no tengo que trabajar. Lo que hago no es trabajo, es mi pasión. Y lo digo no solo de la arquitectura, sino de todas las profesiones: si lo que se hace para vivir se hace por gusto, por pasión, no es trabajo, es una delicia. Eso es lo mejor que te puede pasar en la vida… porque realmente tener que trabajar es una putada.
Foto superior: Fernando Menis -derecha- junto al arquitecto Luis V. Badillo-Lozano, decano de la Escuela de Arquitectura de la PUCPR.
Video y foto de la conferencia, cortesía de Jalibeth Rodríguez y Javier Galarza, de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, Recinto de Ponce.