ELLA NACIÓ en Australia –específicamente en Tasmania–, en 1970, un año antes que él, quien llegó a la vida como hijo de inmigrantes judíos al otro lado del mundo, en Estados Unidos –en Urbana, Illinois–, ambos destinados a encontrarse cerca de veinte años después, cada cual acompañado por un violín y sin imaginar que así habrían de recorrer el mundo, formar una familia con tres hijos -Elijah, Ella Mei and Simon- y vivir haciendo lo que más aman y lo que los unió: la música.
De visita nuevamente en Puerto Rico, el estelar Gil Shaham y su esposa Adele Anthony forman parte de la recta final del Festival Casals. Ambos ofrecieron anoche un programa con obras para dos violines, y mañana sábado él se presenta en la jornada que baja el telón para el Festival Casals, como solista en el Concierto para violín de Ludwig van Beethoven, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, bajo la batuta del maestro Maximiano Valdés.
La segunda parte de este programa de clausura se dedica a la versión de concierto de la ópera El castillo de Barbazul –de Bela Bartók– con la mezzosoprano Michelle DeYoung y el bajo John Reylea como solistas.
Conversé con Shaham y Adele ayer por la mañana, luego de que él terminase el inevitable proceso tributario con el inspector de Hacienda. Risueños ambos, sumamente sencillos y corteses, no comenzaron la charla hasta que se cercioraron –vía mensaje de texto– de que todo estaba en orden con sus hijos de 14, 11 y 5 años de edad, quienes viajaron con ellos como parte de un credo familiar en el que su tiempo en comunión es prioridad, al punto de que Gil y Adele rechazan en ocasiones ofertas para tocar con tal de no estar mucho tiempo lejos de sus vástagos.
–Un momento, por favor, es que sabe que tenemos tres hijos y viajaron con nosotros –dice Gil mientras envía el mensaje a Elijah, el mayor–. Solo es un texto… espero que lo vean.
Y me pregunta si tengo hijos. Sí, y nietos también, le digo, dos y dos, varón y hembra en ambos casos. Me pregunta mi edad, se la digo y no me cree. A veces yo tampoco lo creo, añado. Sonríen sin dejar ver de reojo el celular, porque Elijah no contesta. Que dónde en Colorado vive mi hija, dice Gil. En Fort Collins, digo. Cerca de Denver, dice Gil, muy hermoso. Sí, definiti… ¡Mira, respondieron!, dice de pronto Adele al ver vibrar el celular. Está todo bien… disculpe, por favor, es que los hijos… Tranquila, nada que disculpar, le digo, ellos son lo más importante.
Les pregunto si están cansados de las entrevistas y cómo se manejan para no aburrirse de caminar tantas veces el mismo camino.
–En realidad el mundo de la música clásica está distante de esa fama que tienen los artistas en otros géneros –dice Gil–. En realidad no nos piden ni damos tantas entrevistas como podría pensarse. Al margen de esto, estamos conscientes de que es parte inherente a nuestras carreras y a todo eso que nos permite acercarnos a nuevas personas, no solo cuando nos ven y escuchan tocar en una sala de conciertos, sino también desde otras puntos de vista.
–¿Y cómo recuerdan a aquellos niños que fueron, Adele en Tasmania, y Gil en Urbana-Champagne, en Illinois?
–Yo nací en un lugar lejos de todo –asevera Adele con una sonrisa–. Era muy juguetona, me encantaba el cricket. Mi padre era violinista y en realidad en mi infancia, aunque comencé a estudiar el violín, ni remotamente pensé que terminaría viviendo con este instrumento. Cómo Australia siempre ha estado muy distante de todo, cuando llegó el momento de estudiar el violín formalmente, fui a hacerlo a Nueva York, en Juilliard.
Y ahí fue, en Juilliard School of Music, donde Gil y Adele se conocieron hace alrededor de un cuarto de siglo.
–No sé quién se enamoró primero del otro, pero lo cierto es que ocurrió mientras estudiábamos -dice Adele–. Tomábamos algunas clases juntos y Gil nunca llevaba lo necesario para escribir. Todos los días me pedía que le prestara papel, que le prestara un lápiz… Eso fue hace 25 años.
–Eso es cierto –dice Gil divertido–. Creo que pronto fui demasiado obvio con mis intenciones de hablar con ella, pero al final funcionó. No era fácil para mi iniciar conversaciones, especialmente con Adele, y no se me ocurrió otra manera de acercarme a ella.
Con una carrera marcada por presentaciones en los mejores escenarios del mundo con las orquestas y los directores más célebres, así como por un considerable número de grabaciones tanto para la famosa casa Deutsche Grammophon, como para Canary Records, sello creado por el propio Gil, las carreras de ambos han seguido rutas paralelas que en ocasiones –como ahora– se cruzan por el placer que derivan de hacer música juntos.
–La música es sin duda algo vivo –comenta Adele–. Es tanta la que hay que nunca deja uno de enfrentarse con obras que son nuevas, a veces para el público, en ocasiones para nosotros mismos. De la misma manera, las clásicas, las más conocidas están siempre ahí, inmunes al tiempo…
–Hay una cita, creo que de Sergei Rachmaninov quien, un poco borracho, dijo que “la música es más que demasiada para una sola vida, y una vida no es ni cercanamente suficiente para la música” –comenta Gil-. Y creo que es verdad… nosotros hacemos música de muchas maneras… solos o con orquesta, en nuestro hogar, para nosotros y nuestros hijos, damos clases a varios estudiantes… y una obra maestra musical es como una gran escultura, que puede ser apreciada y vivida desde una infinidad de ángulos diferentes. En el proceso siempre se aprende algo nuevo, no solo de la obra, sino de uno mismo, y esto es un manantial inagotable de placer y satisfacciones. La música solo existe cuando se toca y es imposible atraparla, porque una vez tocada, deja de ser, desaparece. John Adams lo dijo de una manera bellísimamente simple: “la música es el arte de sentir”. Para nosotros la música es mucho más que una profesión, es algo vital, una fuerza motriz.
La idea de tocar juntos nació de una manera muy orgánica, muy en el cauce de ese amor y esa vida compartida.
–Comenzamos hace mucho tiempo, tocando juntos una pieza y tiempo después otras, hasta que se fue haciendo más frecuente y diseñamos un programa con muchas de nuestras piezas favoritas –explica Adele–. La verdad es que no tocamos juntos tanto como podría pensarse, viajamos mucho de manera separada, siempre viendo la manera de no estar lejos de los chicos mucho tiempo.
-Solemos tocar mucho para niños, con frecuencia melodías fácilmente reconocibles para ellos, como las de Star Wars –dice Gil–. Es maravilloso ver el efecto que la música tiene en ellos… la de los niños es la audiencia más honesta de todas. Ee verdad, no tocamos mucho juntos y para nosotros es un placer enorme estar en Puerto Rico con toda la familia gracias a la invitación del maestro Maximiano Valdés para ser parte del Festival Casals, es un gran honor.
–Tocar solos, tocar a dúo, tocar en grupos de cámara, tocar como solistas con orquestas… ¿en cuál de todas esas circunstancias se sienten más plenos?
–Durante los últimos años he estado haciendo algo inusual para mí: recitales solo con música de Bach –dice Gil–. Y ha sido una experiencia increíble, muy difícil para mí describir con palabras, una experiencia que me desborda, no solo por el hecho de tocar programas dedicados únicamente a Bach, sino por el proceso de estudio, de preparación. Y cuando salgo al escenario, estoy totalmente solo. Es algo muy desafiante para mí porque en realidad, por mi personalidad, me gusta estar acompañado, con amigos, tanto en la vida, como cuando estoy en un escenario. Ahora, por ejemplo, estar acompañado por Adele, es para ambos como un dulce, algo que disfrutamos mucho.
Al hablar de las obras que tienen un lugar muy especial en sus afectos, Gil comenta que hace unos meses tocó el quinteto para dos violonchelos, dos violines y viola de Schubert.
–Esta es una obra que no se toca mucho y es realmente bellísima, tanto que Arthur Rubinstein pidió que en su funeral se tocase el movimiento lento de esta pieza –comenta Gil–. Y tengo otro amigo músico que en una ocasión, luego de un concierto, fue a una recepción en la que tomó bastante. En una charla con varias personas, le preguntaron cuál era su obra predilecta, cuál era su compositor favorito. Y él respondió que esa pregunta era muy difícil, tanto como decir cuál es tu hijo favorito o a cuál de tus padres quieres más… pero, luego de haber bebido bastante, respondió con una sola palabra: “¡Bach!”. Se fue a casa, se acostó a dormir y, cuando se despertó sobrio al otro día, recordó el asunto, y pensó: “sí, es verdad, es Bach”. O sea, que borracho dijo la verdad.
Residentes en Nueva York, Adele señala la agenda de ambos tiene a sus hijos como prioridad y que a veces la música tiene un paréntesis marcado por juegos de baloncesto, clases de natación y ballet.
–Somos muy afortunados de poder estar mucho tiempo con ellos, verlos crecer y hablar con nuestros hijos desde lo cotidiano de la convivencia familiar –asevera Adele–. Los dos mayores tocan el violín y el menor el piano.
–Estamos todavía lejos de ti, en ese aspecto nos llevas ventaja, tienes hijos mayores, nietos –comenta Gil.
–Cuídenlos y disfrútenlos, que crecen muy de prisa –digo.
–Sí, eso mismo nos asegura la gente, que todo sucede tan rápido respecto a ser padres, que hay que estar muy conscientes para vivir plenamente el proceso –comenta él-. Esa conciencia de fugacidad a veces me pone triste, pero a la vez me hace estar muy centrado en lo que implica vivir muy de cerca el crecimiento de los hijos.
El celular vuelve a llamar su atención. Los muchachos, Elijah, supongo. Sonríen ambos. Es hora de despedirnos.