TIENEN LAS PIEDRAS buena parte de la edad del Universo -de la Tierra- y su silencio ha sido testigo de la historia del hombre desde el primer día y lo será hasta el último. Polvo de estrellas –como cada uno de nosotros– las piedras son también el pretexto, el texto y el contexto de la instalación Lito-Grafía: Sensorio, de la artista Elizabeth Robles que desde el pasado jueves se despliega en el Museo de Las Américas, en el Antiguo Cuartel de Ballajá, en el Viejo San Juan.
Exposición curada por Rebeca Noriega, Lito-Grafía: Sensorio es la nueva razón de Elizabeth para la sorpresa que siempre le causa el resultado de sus procesos creativos, como parte de una trayectoria que comenzó a fraguarse desde la infancia y adolescencia, cuando transfería a las telas las letras y diseños que su madre bordaba por encargo en su hogar en Camuy, pueblo donde la niña había nacido en una sala de emergencia, sin tiempo para llegar al hospital en Arecibo.
Como quien ha puesto piedrecillas para encontrar el camino de regreso a casa, Elizabeth se monta en el recuerdo en un paréntesis del montaje de su instalación y dice que de niña quiso ser muchas cosas, como arquitecta o agricultora, pero sobre todo artista, que aprendió a bordar, a coser y a tejer, sin imaginar que esas destrezas con el tiempo se convertirían en aliadas para su obra como artista plástica. A aquellos primeros años se remota también su primer libro de arte –sobre Caravaggio, el pintor italiano del Barroco– y unas estampitas de arte que su papá –herrero y maestro de escuela– le compraba cuando venía al área metropolitana a adquirir materiales para hacer rejas, laminillas que obtenía en un negocio al lado del puente de la calle Gándara, en Río Piedras.
Definida por una infancia dominada por estrecheces económicas con todas las tensiones y angustia que eso implica, Elizabeth señala que no le gusta idealizar lo que no existió, que se vivieron momentos muy difíciles en los que “la escasez llegó a la mesa” y que fue cincelada por lo arduo, nunca por lo fácil, con una libertad que tenía como única condición que a su casa no llegara ninguna queja de algún profesor.
–Al entrar a la universidad en 1979 estuve muy mal orientada –explica–. Sabía que quería estudiar arte, no conseguí información precisa y terminé en el Recinto de Arecibo de la Universidad de Puerto Rico para estudiar Nutrición. Mientras tomaba unas clases de filosofía y estudiaba La Caverna, de Platón, le comenté al profesor Padró que lo que yo quería era estudiar arte, pero que no podía porque no tenía manera de irme fuera de Puerto Rico para hacerlo. Para mi enorme sorpresa, el profesor me dijo que eso se podía estudiar aquí.
El profesor Padró se convirtió en su guía para el proceso que finalmente viabilizó su transferencia al Recinto de Río Piedras de la UPR donde Elizabeth comenzó a estudiar Historia del Arte, con 18 años y sin haber ido jamás a un museo, nunca dócil, siempre intentando trascender los límites, desafiante para ser la mujer que sabía quería ser.
Como estudiante de Historia del Arte, en Río Piedras, Elizabeth se hizo amiga de estudiantes de artes plásticas, dibujaba y tomaba cursos de artes plásticas, matriculada en algunos, como oyente en otros.
–Al día de hoy, cada vez que hago una obra de arte, me sorprendo, no hay una sola de mis obras que no me produzca asombro y agradecimiento –dice–. El arte es algo que me sucede.
Siempre muy exigente con ella misma, pintaba al óleo cuando en el 2004, en busca de texturas y transparencias, viajó a Nueva York mientras estaba desempleada. En una tienda de materiales de arte conoció a una artista que le habló de la encáustica –técnica pictórica que se caracteriza por el uso de la cera como aglutinante–, la orientó con los materiales que necesitaba y la invitó a experimentar. Elizabeth gastó todo el dinero que tenía en esos materiales. A su regreso a Puerto Rico se concentró en el trabajo con cera y pronto llegó a la tridimensionalidad.
Respecto a Lito-Grafía, Elizabeth explica su antecedente lo es el 'performance' que realizó hace unos meses en el Paseo de Diego, en Río Piedras, titulado La Picapedrera, proyecto en el que picó piedra durante cuatro horas de manera ininterrumpida, con marrones alternados de 8, 12 y 18 libras de peso, con la colaboración del público y al lado de un letrero de “No a la Junta”.
–Todos hemos recogido piedras, del mar, del río… es algo intuitivo –dice Elizabeth–. Lito-grafía: sensorio es un proyecto retante… me ha tomado mucha investigación y trabajo enmarcar su concepto. Como instalación in-situ, he construido todos sus componentes pensando en la sala del Museo, por lo que la visité repetidamente durante este año pasado. Los contenidos, la secuencia y fluir de las esculturas y objetos en sala es parte integral de mi trabajo de instalación, he tomado cada decisión muy minuciosamente, y como esperaba, en sala mucho se trastocó, el espacio en sí mismo me ha dado las claves, he tenido que eliminar, mover de lugar e integrar elementos.
Elizabeth destaca que Rebeca Noriega “ha sido una maravillosa curadora” y que “su compañía ha sido clave, distinto a como suele ser en la mayoría de las exhibiciones, en las que el curador dice ‘qué’ y ‘dónde’, porque aquí el ‘qué’ y el ‘dónde’ es mi instalación”.
-Su aportación radicó en reuniones para dialogar –añade–. Cuando me visitó para ver los trabajos, me lanzó muchas preguntas que fueron muy importantes, y pude pensar en voz alta con ella, recibiendo algunas respuestas muy puntuales y valiosas.
Asimismo, la artista pone de relieve que “la excelencia y dominio de montaje de Juan Fernando Morales y de Alejandro Cirilo ha sido indispensable, por el poco tiempo que he tenido para montar y por lo inusual de muchas de las piezas, como el políptico de óleos en pared, que no van al mismo nivel y que el arreglo de distancias y secuencias me tomo horas, igual a ellos lograr desplazarlo para montarlo del piso a la pared. Ha sido una experiencia muy gratificante, de celebración y de logro”.
Como parte de la exposición se presentan algunas fotos de Máximo Colón, artista de la diáspora, quien a través de su lente documentó el periplo de Elizabeth para recoger piedras y rocas en diversas áreas de la Isla. De igual modo, la cercanía en intercambio vecinal desemboca en un vídeo presentado en sala: un trabajo visual del fotógrafo Manuel Gatell, quien junto a Sylvia Bofill y Esteban Alberty, aceptó unirse en colaboración en uno de los performances de Robles, desarrollado durante todo el año pasado y titulado De lo impreciso.
En su ensayo curatorial, Rebeca Noriega señala que esta instalación “es una travesía que juega con el concepto de movimiento y lo contrapone a la quietud; la contemplación versus la continua actividad”. “A primera vista se compone de piedras, metal, agua, cera colgante, tierra y óleos”, añade. “La instalación va derramando una materialidad orgánica que parece convertir las piedras en líquido y el agua, a su vez, toma formas geométricas en cubos de plástico, la línea recta se torna curva, lo pequeño se agranda como en observación bajo una lupa. Hay un sentido vital animado en todo el tramo y en toda acción, pero hay que estar atentos”.
“Elizabeth nos invita a tirar piedras, nos invita al juego y a la defensa desde la precariedad que nos toca, pero viendo en cada paso las posibilidades de apertura, las fisuras que se abren y nos dejan entrar”, finaliza Rebeca. “El universo de líneas de cada piedra traza diversidad de caminos, pero en esta armada hay un llamado de búsqueda interior y a la formación colectiva. La resistencia es ahora más necesaria, más comprendida y siempre justa. Gracias por las piedras, Elizabeth. Ahora, a tirar”.