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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Noche de Reyes y promesas en La Respuesta


NO TIENEN más de seis años. Uno es prieto, el otro cano, con sonrisas que les brillan en la penumbra mientras sostienen contra el pecho los balones que los Reyes Magos dejaron para ellos en La Respuesta, donde cada año su dueño, José Morales –el popular “Fofito”–, perpetúa esta tradición en solidaridad y agradecimiento con la comunidad que lo acogió cuando emigró del Viejo San Juan a Santurce con este negocio que se ha convertido en una estación cangrejera vital para el quehacer artístico y cultural.

Llegué por invitación de Leru Ruiz. Pregunto al prieto y al cano bajitos qué más les trajeron los Reyes. Miran los balones y me dicen que solo eso. Pero en sus casas, ¿qué les dejaron?, insisto. Reiteran que nada, que solo eso, mientras comienzan a patear las bolas y a correr detrás de ellas por el salón. Es la noche del día de la Epifanía y para muchos de quienes viven en las comunidades cercanas a esa esquina –la que forman la calle del Parque y la avenida Fernández Juncos– los magos de Oriente solo llegaron en La Respuesta.

La entrega de los juguetes prologa el pago de una promesa. En una de las cabeceras del salón, imágenes de tres vírgenes –la de los Milagros, la de Monserrate y Santa Bárbara– y los Reyes, todas en un altar del que suavemente cae una bandera de Puerto Rico con el azul original –el azul cielo–, la misma que hace unos meses confeccionaban los miembros del colectivo Piedeamigo mientras construían a Don Cangrejario en la Plazoleta del Centro de Bellas Artes.

En una esquina, Fofito organiza lo que los Reyes le dieron para obsequiar –bolas, bates, ‘frisbees’– con ayuda de sus hijos Liliana y Silvio, un cano espectacular de unos cinco años que dejó una fiesta familiar en Isabela para acompañar a su padre en esta amorosa tarea. Mientras Silvio saca los juguetes de las cajas, Fofito y Liliana clasifican y acomodan. Mientras Silvio infla balones con una pequeña bomba motorizada, Fofito y Liliana reparten. Los promeseros se preparan, afinan los instrumentos. Ariel Ruiz –“Jay” – y Carlos Javier Torres Sáez –“Tato” – son las voces, acompañados por Hiram López –“Yanyi” – en el bajo; Miguel José Martínez, en la percusión; Eddie Joel Ramos, en la guitarra; y Víktor Sidorenko Llaurador, en el cuatro.

Esta promesa en La Respuesta nació hace tres años, cuando Fofito vio a Tato haciendo una en Peñuelas y le dijo que le gustaría hacerla en su espacio, que él la patrocinaría. Pero lo de las promesas de Reyes no funciona así: tiene que existir la deuda, el compromiso de pago por una gracia o un favor recibido. Leru Ruiz debía una promesa a tres vírgenes: la de los Milagros, la de Monserrate y Santa Bárbara. El abuelo materno de Leru era promesero, cantante, tocaba el cuatro y era devoto de la primera; su abuela paterna también era promesera y devota de la segunda. Santa Bárbara por ella –por Leru– por sus amistades cubanas y por lo que ha significado para ella.

Antes de llegar a La Respuesta el año pasado, la primera promesa de este junte se hizo en el 2015 en Guayanilla, en el hogar de Leru. El altar es obra de José Luis Gutiérrez –el mismo de Don Senario y Don Cangrejario– con la colaboración de Juan Fernando Morales, Yamil Collazo y Leru, quien me explica que, si bien es cierto que las promesas se ofrecen en momentos de crisis y necesidad, los promeseros convierten la promesa en devoción cuando no se paga ningún favor y solo se rinde como un tributo, como un acto de fe, como un gesto de comunión con vírgenes, reyes y santos.

Tato me dice que la respuesta en un espacio pionero en Santurce que ha hecho mucho por esta área y por los artistas independientes del país, que cuando el Viejo San Juan dejó de ser el Viejo San Juan, Fofito fue el primero que dijo que se iba y llegó a Santurce cuando ahí no estaba sucediendo nada, pero que ahora Santurce es ley. La música está por comenzar y Leru asevera que esa actividad nace un poco también para enseñarle a la gente lo que es cultura de verdad, que por eso la promesa llega al área metropolitana.

‘Ache pa ti’ dice alguien a mi espalda. Es José Rodríguez, el fotógrafo amigo con el que trabajé en El Nuevo Día durante 24 años y que desde hace mucho tiempo documenta con su cámara promesas aquí y en la diáspora, especialmente en Nueva York. Me ofrece sus imágenes para esta crónica, justamente cuando yo estaba a punto de pedírselas. El gesto me hace recordar una de las primeras veces que trabajamos juntos, a principios de los 90, un reportaje: una travesía por varias de las ruinas de las centrales azucareras que había en la Isla… Cambalache, Mercedita, Coloso, Aguirre, Guánica… algún cañaveral perdido y el jíbaro viejo y curtido, machete en mano y con la caña al hombro.

Mientras el reparto de juguetes continúa, comienza la música. Jay y Tato cantan a las tres vírgenes –a los Reyes les tocará después– con un fervor que sobrecoge, con una entrega que transforma la improvisación propia de la trova en la devoción que en el momento apalabra la fe de toda una vida. Cada aguinaldo de la promesa se señala con una varita que alguno de ellos deposita en el altar, como las cuentas que se cuentan en los rosarios. Justamente cuando va a comenzar el pago a los Reyes, Fofito me dice que conversemos, que luego no podrá, porque este lunes se va de viaje. Yo se lo había pedido para escribir algo sobre él y La Respuesta. Al final de la charla se unen Silvio y Liliana.

Me voy sin despedirme, para no interrumpir. En un rincón a la entrada el prieto y el cano siguen jugando con sus balones. Peloteo un momento con ambos. Nos reímos. Seguramente el año próximo nos volveremos a ver. Ellos no saben mucho de promesas, solo que los Reyes llegan todos los años a La Respuesta.

 

Calce foto inferior: Desde la izquierda,Tato Torres, Carmen Milagros Santiago, José Luis Gutiérrez, Leru Ruiz, Ariel Ruiz, Agnes Santiago, Fofito Morales y Silvio Morales

Créditos: Foto inferior y de galería / JOSÉ RODRÍGUEZ

 

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