MURIÓ DON CANGREJARIO. Me lo dijo hace unos días Rhett Lee García con la mirada brillante y una voz de funeral que me sacudió. De momento no le creí: el cangrejo seguía ahí, intacto, en el mismo lugar donde nació en julio pasado para contar la historia de lo que hace muchos años fue San Mateo de Cangrejos y que el tiempo convirtió en Santurce.
Pero efectivamente, a Don Cangrejario se le acabó el tiempo, lo desahuciaron. Que debe irse, que no hay dinero. No puede seguir en la Plazoleta del CBA Luis A. Ferré y sus creadores –José Luis Gutiérrez, Rhett Lee García, Cristina Sesto, Leru Ruíz, Wendel Agosto y Joksan Ramos– tampoco tienen a dónde llevarlo.
“¡Qué importa eso!”, dirá alguien. “Escribe de otra cosa, imbécil, que eso solo es un armazón de madera y metal”. Pero sí, importa y mucho. Por quienes le dieron vida, por sus razones y por todo lo que Don Cangrejario hizo para revelar historias, sembrar esperanzas y cosechar sonrisas.
Escribo esto a las 5 de la mañana del sábado. Al otro lado de la pantalla José Luis y Rhett Lee están pensando también en ese cangrejo alucinante que le dio aliento al barrio, tratando de fluir –me dicen– con el fin de un sueño que se hizo realidad como parte de un proceso colaborativo con vocación de comunidad.
Son todos ellos artistas nuestros, artistas de teatro, de cine y de televisión, pero –sobre todo– artistas de la calle, talentosos, trabajadores, solidarios, amorosos y nobles, que lo mismo actúan que construyen, que igual obsequian que pasan el sombrero, que de la misma manera sueñan que aterrizan.
Al rato Carlos Vega se asoma también a la pantalla, otro amigo querido, y dice que con el fin de Don Cangrejario se va un poco de su voz. “Yo escribí lo que decía y la voz de José Luis hacia que las palabras cogieran luz”, comenta.
Se murió Don Cangrejario como se nos muere el país, de a poco. Les digo nuevamente a Rehtt Lee y José Luis que lo lamento profundamente. Ellos me dicen que están con una guitarra, intentado entender, aprendiendo nuevamente que la felicidad consiste en dejar ir y también en dejar llegar.
Por eso los quiero tanto, coño, aunque no sirva para nada.
Fotos galería: Ricardo Alcaraz