Entre las decenas de tatuajes que José Ernesto Delgado Hernández lleva, hay varios pájaros y una brújula en la que los puntos cardinales son el nombre de su madre -Iris- y Camille, el segundo nombre de su hija Adriana, quien es también el continuo en cada uno de los poemas de La brújula de los pájaros, libro que será presentado esta tarde -a partir de las 4- en el Ateneo Puertorriqueño.
Ella -Adriana- gravita en la conversación, con nombre o sin él, como el origen de la reflexión que ilumina esta obra que será presentada por William Pérez Vega, Carlos Esteban Cana y Ángel Agosto, con un grupo de colegas y amigos lectores integrado por Jessika Reyes Serrano, José Raúl Gallego González Rodríguez, Noel Ernesto, Anamín Santiago, Teresa Sepúlveda y Emanuel Emilio Piñero Cruz.
Pero antes de Adriana…
José Ernesto recuerda el hallazgo que definió sus comienzos con la poesía, en la escuela superior Manuel A. Toro, en Caguas: varios ejemplares del libro Poemas prohibidos, de José Ángel Buesa, en el depósito de la basura. “Estaba en undécimo grado y dije ‘¡coño!, por que tantos libros en la basura, y en una escuela’”, dice. "Eso y luego el título, que me resultó tan llamativo. Pensé que estaban ahí precisamente como resultado de algún tipo de censura a la temática que sugería ese título”.
Algo así, quizá. El libro de Buesa era una suerte de oda a la mujer… pero a la mujer ‘de otro’, a ‘la ajena’, a ‘la prohibida’, que es como también le dicen. Estos Poemas prohibidos avivaron el entusiasmo de José Ernesto, quien -aunque ya escribía algunos versos- abrazó de manera frenética el estilo de este autor, tanto en lo que atañe a la rima como a la temática. “En mi casa mi madre leía algo pero no había realmente un ambiente literario”, recuerda. “Siempre fui un niño, diferente, raro… me gustaba mucho la música romántica, la ‘cortavenas’. Con el tiempo comencé a verme como un cantante o 'rockstar', con el pelo largo, barbú, con tatuajes… y así estoy, bueno, sin pelo, pero sí tatuado y barbú, pero no me dediqué a cantar”.
Introvertido por naturaleza, en la poesía José Ernesto encontró la manera de manejar la timidez inherente y enamorar a las amigas de la escuela. Les escribía poemas, se los dedicaba y se los hacía llegar, a veces con éxito, otras no. Cuando alguna caía en la red de sus palabras, poco duraba la relación: más temprano que tarde lo dejaban, “por bueno”, dice.
Fue en su segunda participación en "La Fiesta Popular de la Poesía", en Caguas, cuando conoció al escritor José Manuel Solá, con quien hizo una amistad entrañable. “También se convirtió en mi mentor”, señala. "Me llevó por el buen camino, me dio muchos consejos, como el de leer, el de no dejarme engañar por lo que la poesía me podía dar. En ese entonces yo estaba deslumbrado por lo que creía que podría representar ser reconocido, famoso. Yo tenia 18 años y ya quería publicar un libro con un montón de porquerías que había escrito. Solá me dijo que no, que cogiera las cosas con calma, porque corría el riesgo de publicar, de estrellarme, de frustrarme y dejar de escribir, Fue una bofetá fuerte, pero le tomé la palabra y no me arrepiento”.
Y llegó el miedo a no ser tan bueno como anhelaba. Dejó de escribir ‘en serio’, si acaso solo de manera esporádica, poemas sueltos que a nadie mostró. Se dio cuenta de que de la poesía no se podía vivir y empezó a trabajar, hasta que en el 2010 puso fin a ese silencio, cuando se dio cuenta de que, aunque no fuese rentable, no podía estar sin escribir. En el 2011 comenzó a moverse en el circuito de lecturas de micrófono abierto y ya para el 2013, con una buena amistad con Marioantonio Rosa y William Pérez Vega -y en la coyuntura del cierre de escuelas- el segundo sugirió que hicieran una lectura frente al Departamento de Educación en protesta contra la medida. El problema fue que José Ernesto no tenía poesía social. “Se podía leer de todo pero dije, ‘¡contra!, yo no voy a leer ahí poesías de amor”, comenta. “Y pensé, ‘si a mi hija le cerraran la escuela, ¿cómo se sentiría ella y cómo me sentiría yo? Ese fue el pie forzado y escribí ‘¡Culpables!’, poema de La brújula de los pájaros. Esa lectura marcó el inicio de ‘Poetas en Marcha’, con Marioantonio, William y otros poetas que se nos fueron uniendo. Ese proceso me hizo empezar a ver la vida con los pies en la tierra”.
Aunque realmente la explosión fue en Ecuador…
Eso ocurrió hace dos años, en el 2014, en el cauce de su participación en el "Encuentro de Poetas Horacio Hidrovo", en ese país sudamericano. “Fue un encuentro itinerante por escuelas de sectores muy pobres, centros culturales también marginados, barrios, en fin”, explica José Ernesto, quien participará en el IV Festival Internacional de Poesía Contemporánea en San Cristobal de las Casas, Chiapas, México, entre el 1ro. y el 3 de septiembre próximo. “Ese contacto con la gente de la calle con grandes carencias, con esas personas tan de América Latina fue muy explosivo. Esa fue otra bofetá que me dio la vida y que perfiló mi poesía. Me di cuenta de que no podía seguir escribiendo poesía de amor porque así no se trasciende, no se clama por justicia, por equidad, por cambios sociales. Para despertar a la gente hace falta otro tipo de poesía”.
Si fuera Adriana…
Así arrancaron los poemas de La brújula de los pájaros, con el planteamiento que pone rostro y nombre a las situaciones que desgrana en cada uno de esos versos libres, libro que no tenía intención de publicar ahora, sino quizá el año próximo. “Pero Carlos Esteban Cana, poeta y amigo, me dijo que estos poemas tenían que ver la luz, porque hay muchos poetas publicando, ‘pero no con esta profundidad’. Así fue como lo dijo… no sé si le creí o no pero se los envié para que los corrigiese. Carlos Esteban me ayudó muchísimo. Todavía no me creo mucho que soy poeta… me cuesta trabajo decirlo. Al final creo que es el lector quien lo decide", dice José Ernesto.
Y pienso en voz alta…
Que hay poetas de verdad, grandes poetas, aquí y en otras partes, que nunca están convencidos de que lo son, que los grandes poetas que conozco, que genuinamente lo son, van a morir sin llegar a creerlo realmente, abrazados por una duda perpetua. Que por el contrario, muchos que gritan y se llaman a sí mismos poetas, en realidad no lo son y nunca lo serán.
Y le digo que en esta brújula y en estos pájaros sí hay poesía…
“Los pájaros tienen una habilidad innata para encontrar la dirección correcta”, reflexiona José Ernesto. “Tengo varios pájaros en mi piel y una brújula con los nombres de mi madre y de mi hija. De mi madre porque ha sido mi brújula desde mi niñez y de mi hija porque sé que ahora yo debo ser brújula para ella durante toda la vida. De eso se trata La brújula de los pájaros, de cómo los adultos debemos servir de guía para los que nos siguen. No se trata solo de preñar, de parirlos, de vestirlos, de darles de comer y de mandarlos a la escuela, sino de ser cauce, de ser ejemplo, de hacerlos sentir que son importantes y únicos”.