¿Quiénes son ‘los otros’ cuando tres jóvenes de clase media llegan a Paseo Caribe a trabajar y a exhibir sus obras durante dos meses? ¿Son ellos ‘los otros’ o ‘los otros’ son quienes ahí residen y cotidianamente los han visto intentar integrarse a un espacio en el que hace diez años varios de sus colegas practicaron la desobediencia civil?
Pero vamos por partes.
Desde hace varias semanas un grupo de artistas jóvenes participan en Open Studio, proyecto que se articula en uno de los espacios del área comercial de Paseo Caribe, complejo aledaño al hotel Caribe Hilton. Esta iniciativa -orquestada por la profesora y artista Sofía Maldonado- tiene su origen, según explican sus organizadores, en la disposición del artista neoyorquino Tom Christopher para abrir -dentro de su propio estudio- un espacio de taller y de exposición para estudiantes de arte de nivel universitario.
En su primera fase -inaugurada el pasado 19 de mayo- participaron los jóvenes Thomás González, Ángel Borroto y Nicole -“Nico”- Cacho, con la exposición denominada Simulacro. A continuación se presentó una exhibición del colectivo Paradoja, integrado por Armig Santos, Alyssa Z. Amaro Morales, Christopher -“Mudo”- Concepción Flores, Joshua A. -“Bold Destroy“- Camacho Sánchez y Gerónimo Rodríguez Arroyo. Actualmente se presenta la tercera versión de Open Studio, con una muestra grupal que reúne todos las obras realizadas como parte del proyecto, varias de ellas realizadas por estudiantes de Tom Christopher.
Open Studio está abierto al público todos los viernes -desde junio pasado hasta agosto próximo- entre 6:30 y 9:30 p.m., con una agenda que permite conversar con los artistas, además de un rato de ‘jangueo chic’ -así es que le dicen- con la música de Sunset Rhythms.
Con Thomás
Conversamos con tres de esos artistas, con Thomás, Ángel y Nico, los de Simulacro, que eran los que estaban presentes el día en el que nos invitaron al coctel para conocer el proyecto, con los que platicamos con calma unos días después, sin la distracción de la actividad social y una confianza que fue creciendo poco a poco.
Estudiante del Departamento de Bellas Artes de la Facultad de Humanidades en el Recinto de Río Piedras en la Universidad de Puerto Rico, Thomás explica que su primera inquietud fue la ciencia, luego de ver una foto de Albert Einstein, “con la lengua de fuera y los pelos parados”. “Le pregunté a papi quién era ese señor y, cuando me lo dijo, yo le contesté que yo quería ser como Einstein, que yo quería ser científico”, recuerda con una sonrisa. “Después de eso quise ser veterinario, porque me encantaban los animales. Tuve una palomita en casa, la enseñé a volar y me encariñé de ella. De niño siempre se sueña. Luego pensé ser mecánico de aviones, hasta que llegué a quinto grado. Ahí aprendí a dibujar y se fueron los sueños de ser científico, veterinario o mecánico, porque el arte se volvió todo para mí”.
Ángel -nacido en la ciudad de Güines, cerca de La Habana, en Cuba y estudiante en la Escuela de Artes Plásticas- señala que “lo que uno quiere ser de niño cuando crezca tiene que ver con el ambiente en el que se nace, con el medio en el que uno se desarrolla”. “Mi papá era ingeniero civil y me contaba que, de niño, él tenía el sueño de pintar y entrar a San Alejandro, así que de forma natural yo temprano en la vida dije que quería ser pintor, pero no porque realmente yo quisiera, sino porque mi papá quería”, reflexiona. “Uno asume tendencias como propias que no lo son, sino que solo se convierten de uno con el paso del tiempo”.
“Yo estaba en séptimo grado cuando me di cuenta de lo importante que era el arte para mí”, apunta Nico, estudiante también en la Escuela de Artes Plásticas. “Aun así, pasé algunos años sin saber con certeza qué iba a hacer en mi vida. Incluso mi abuela me sugirió que estudiara leyes. Mi papá siempre me expuso al arte, me llevaba a museos y él mismo coleccionaba obras. La respuesta llegó cuando descubrí que necesitaba el arte para expresar todo lo que llevo dentro”.
Con Nico y Ángel
Con obras bastante disímiles, cada cual con un carácter muy singular que dialoga a la distancia con sus vecinas, estos artistas las explican en los vídeos que acompañan este texto, Thomás, como un errabundo Shalom que “camina lentamente por las calles, a la manera de un Flâneur, y recoge, organiza, colecciona”. “Así, el callejero Shalom, con los fragmentos recogidos y debidamente archivados -dice-, compone para descomponer, revelando otros fragmentos, otras historias ocultas entre capas, que solo son desveladas durante el proceso de raspar y quitar”.
Ángel, por su parte, con su Dibujo en relieve, dice que no pretende “replantear los límites del dibujo, sino más bien, abordar los elementos que codifican la extensión de éste”. “El relieve de la lija delinea una imagen cercana a la topografía", acota. "Es en la topografía especifica de un espacio donde se constituyen las formas de existencia. Dibujo en relieve, en resumen, trata de reafirmar dos cosas: la estructura de pensamiento como agente múltiple, perpetuo y constructor cultural a expensas del poder. Y este último, como punto de partida para el análisis y entendimiento de la cultura”.
Con su instalación Estructura somática, Nico afirma que “lo pequeño es a lo grande como lo grande es al todo”. “La pieza funciona como un patrón que se repite de manera imperceptible, aunque se vincula con sucesos ordinarios. Haciendo de este patrón uno visible, su función es evidenciar al modelo derivado del universo. Las sábanas como emblema de aquello que es intrínseco, con los diseños sobre las mismas que representan a la ‘espiral de oro’, aluden a la búsqueda de lo que parece ser ostensible”.
Lo obvio
Imposible sería obviar -con la venia de los implicados- que el lugar donde ahora se realiza este proyecto fue -hace poco menos de una década- escenario de grandes protestas que intentaron fallidamente paralizar la construcción de Paseo Caribe, con días y días de manifestaciones contra el proyecto y una gran resonancia en todos los medios… hasta que un día comenzaron a ser menos los que fueron a gritar. Y al día siguiente menos y así hasta la mañana en la que los tres o cuatro que quedaban al pie de la grúa donde estaba Tito Kayak miraron a su alrededor, se dieron cuenta que estaban solos y también se marcharon. Y la construcción continuó hasta que el complejo quedó terminado.
Con esto en perspectiva, de nuevo la pregunta inicial: ¿quiénes son ‘los otros’ cuando estos tres jóvenes de clase media llegan a Paseo Caribe a trabajar y a exhibir sus obras durante dos meses? ¿Son ellos ‘los otros’ o ‘los otros’ son quienes ahí residen y cotidianamente los han visto intentar integrarse a un espacio en el que varios de sus colegas de hace diez años practicaron la desobediencia civil?
Esta fue la pregunta que cambió el tono de la charla. “Muchas personas a las que invitamos a la primera exposición dijeron que no vendrían precisamente por lo que ocurrió aquí”, dice Ángel. “Sabemos que éste es un espacio crítico por todo lo que hay de historia y en parte por eso estamos aquí, porque es muy fácil exhibir en espacios libres de polémica, pero no en los que tienen esta característica, donde no todo el mundo está de acuerdo. Trabajamos y exhibimos aquí, pero eso no implica que ninguno de nosotros cambie su trabajo”.
“Muchas personas de esa generación -añade Ángel- dijeron que no vendrían porque no creían que fuese correcto que nosotros trabajásemos y expusiésemos acá. Sin embargo, el día de la exhibición alguien que así pensaba nos dijo que él era uno de los que no estaba de acuerdo, pero que luego de hacernos la visita, de escucharnos y de ver el trabajo, se convenció de lo contrario. Muchos que se quejan del colonialismo lo practican desde la subjetividad y desde los prejuicios, asumiendo posiciones radicales sin escuchar al otro, sin ver sus razones”.
Nico reconoce que al principio, al llegar a Paseo Caribe a comenzar el proyecto, “no nos sentíamos muy cómodos”. “Era un poco difícil, pero poco a poco nos hemos acostumbrado, los guardias nos conocen, cuando al principio nos miraban como si fuésemos sospechosos. Los hemos invitado a entrar… y nos hemos integrado”.
Para Thomás, ser parte de Open Studio ha sido “un acercamiento violento”. “Se ha tratado de una situación de trinchera todo el tiempo, así lo veo yo”. asevera. “Vengo de Cataño, de un barrio, de Amelia, entiendo lo que sucedió aquí y conozco gente que estuvo aquí. Cuando me invitaron a trabajar aquí lo consulté con profesores en la universidad y uno me dijo, ‘ve, que de blanquito no te queda nada’, ‘ve y trabaja’. No fue tan solo llegar, adaptarse y formar un rincón, sino también ver cómo es la dinámica, entender la posición ‘del otro’, y de que ‘el otro’ me ve a mí como ‘el otro’ y viceversa. Se trata de manejar los niveles de tolerancia para buscar un acercamiento sincero. Hay que bajar barreras y subjetividad. Ha sido un proceso duro de aprendizaje, en lo individual y como grupo. Como los ‘otros’, así nos miramos y ahí está el detalle. Sabemos que para los que pertenecen a este ambiente nosotros somos ‘los otros’, pero a la vez sabemos que para nosotros ‘los otros’ son ellos’. Es algo subliminal, sutil… pero existe, está ahí”.
Ángel añade que intenta ver esa “otredad” como una relación “igualitaria”. “La idea de ‘el uno’ y ‘el otro’ no es necesariamente de un distanciamiento”, apunta. “Cada cual con sus valores y criterios, pero eso no implica que no podamos coexistir, aunque comprendo que en esta relación objetual nosotros somos más el objeto. Estas obras que presentamos no se dan en el vacío. La primera exposición fue muy tensa, se llamó Simulacro, con toda intención. Cuando le dije a un profesor que me habían invitado a participar, me dijo ‘adelante, ellos invadieron, ahora tú vas a invadir’”.