Un poco como el agua de la quebrada que nace cerca de su casa en las montañas más remotas de su San Sebastian natal, en los límites con Lares y Las Marías. Así siente que es su arte, como el agua de esa quebrada que fluye hasta el río más cercano y en ese cauce llega a otro torrente que desemboca a un mar que a su vez es uno con todos los mares del mundo.
Hermelindo Ruiz no olvida al niño que fue, al niño que -mirando aquella quebrada- viajó con la imaginación alrededor del mundo sin imaginar que muchos años después lo haría en la realidad con su guitarra y su música. De esto y otras cosas más conversamos hace un par de días con el pretexto no solo de la amistad, sino también de Vital, su nuevo disco que se presenta este fin de semana en el marco del “Festival de la Hamaca” que se celebra -precisamente- en San Sebastián del Pepino.
Con un talento tan enorme como su sencillez y humildad, este singular guitarrista y compositor asevera que la alegría y el descubrimiento han sido dos de las constantes fundamentales en su vida. “Tengo el privilegio de disfrutarme la vida, siempre con muchas cosas hermosas para celebrar, siempre con la curiosidad insaciable por descubrir. Cada día que comienza es una nueva posibilidad para el asombro y así vivo la vida”, comenta. “Mis papás siempre me dieron la libertad de elegir lo que yo quisiese hacer. Cuando decidí venir a estudiar al Conservatorio de Música de Puerto Rico estaba aún explorando qué hacer con mi vida, sin tener todavía una idea clara, más allá de disfrutar y descubrir”.
Hermelindo -quien compone, toca, investiga, escribe y publica- ha profesado desde muy pequeño un amor profundo por la guitarra, tanto que -según dice que le cuenta su hermana- dormía abrazado al instrumento. “La razón de ese apego tan grande a la guitarra es por lo íntimo que puede ser su sonido”, explica el maestro. “Precisamente esa peculiaridad es la intención que hay detrás de Vital, mi disco, la búsqueda de ese sonido muy íntimo”.
De viva voz...
Discípulo en la guitarra de maestros como Luis Enrique Juliá, Leonardo Egúrbida y José Antonio López -admirador también de Ernesto Cordero- y alumno en la composición de maestros como Armando Ramírez y Alfonso Fuentes, Hermelindo se marchó en el año 2010 a la Universidad de Yale para hacer su maestría, experiencia que devino una serie de vivencias que jamás han eclipsado un ápice sus raíces y el inmenso amor que profesa por ellas y su gente. “Irme a Yale, luego de haber estado en San Juan, encerrado, dedicado solo al estudio, me provocó un deseo enorme de conocer, de admirar, de aprovechar”, comenta. “Las oportunidades llegan y hay que tomarlas. Mucha gente me ayudó en esa transición. El contacto que en Puerto Rico tenía con la tierra, allá lo encontré en la gente y en curiosidad por descubrir”.
Viajero frecuente para tocar en diversas ciudades de Europa, Estados Unidos, Canadá, Sudamérica, Australia y Nueva Zelanda, Hermelindo comenta que este constante vaivén le ha dado una valiosa perspectiva y a ver mejor lo que tiene, “tanto lo bueno como lo malo”. “Todos los públicos son especiales, cada cual con sus particularidades”, señala. “Es mágico tocar para todos ellos, a veces tan distintos entre sí. Es una experiencia única en cada lugar… pero todo está conectado. Vengo de San Sebastián, donde hay ríos por toda partes. Cuando era niño veía la quebrada que nacía junto a mi casa. Pensaba que el agua seguía hasta el río de más abajo y así hasta el mar. Así veo mi música y todo lo que hago con mi arte. Todo se conecta de alguna manera”.
Respecto a Vital, Hermelindo dice que este es su segundo álbum y el primero con él solo como intérprete y compositor. “El primero fue en colaboración con otros guitarristas, con música de Juan Francisco Acosta”, ilustra. “Vital es de cierta manera un vistazo a los diez años más recientes de mi vida, que es el mismo tiempo que ahora cumplo como compositor. Siempre supe que quería ser guitarrista y me he esforzado al máximo para serlo, pero la composición llegó a mi vida un buen día, sin avisar. Simplemente fluyó y me di cuenta de que podía hacerlo. Este disco es una mirada a ese regalo que la vida me ha dado”.
De todas las cosas que hace, Hermelindo reconoce que quizá la más absorbente para él es la composición. “Me fascina componer”, afirma. “Me puedo sentar a hacerlo y se me va el mundo horas y horas, sin comer. La composición tiene el privilegio de que su fruto no se queda solo conmigo, sino que se plasma en una partitura para que otros la toquen. Soy persona de compartir. Me encanta también hacer conciertos y eso me hace viajar mucho. No obstante todo lo que viajo, siempre soy un jibarito de San Sebastián. Mi esencia no cambia. La gente de mi pueblo siempre me ha visto como soy y siempre he sido el mismo. Ellos lo saben y así me tratan”.
Si a algo le teme Hermelindo es a no ser mejor persona cada día y a dejar de aprovechar cada segundo al máximo. “La vida es un regalo tan grande que hay que agradecerlo y vivirlo plenamente”, finaliza con una sonrisa tan clara como seguramente es el agua de esa quebrada que nace cerca de su hogar y que lo acompaña desde niño.