En una metáfora de lo que debería ser nuestro país, los jóvenes que cada verano dan vida a la Orquesta Nuevo Proyecto Sinfónico (ONPS) ofrecieron este lunes en el Teatro Bertita y Guillermo L. Martínez del Conservatorio de Música un concierto que -abreviado de antemano por razones de tiempo y complejidad- puso de manifiesto las virtudes que dan aliento a esta iniciativa en la que convergen pasión, talento, voluntad y amor por la música.
Bajo la dirección del maestro Rafael Enrique Irizarry -que se ha convertido en el mentor estival titular de este proyecto- la ONPS interpretó un programa integrado por el primer movimiento del tercero de los conciertos para piano de Ludwig van Beethoven, y los movimientos primero y cuarto de la Sinfonía No. 4 en Sol mayor,de Gustav Mahler.
Como solista en el piano participó Amanda Zook, joven estadounidense con buena técnica que navegó el movimiento inicial del opus 37 de Beethoven no sin ciertas dificultades y un breve extravío a medio camino del que supo recomponerse con temple para acometer pulcramente el resto del viaje, en especial la cadenza, a la que arribó ya con el nerviosismo inicial domado y una gracia que encontró eco en el contingente orquestal y la batuta sin excesos del maestro Irizarry.
Fue el propio maestro Irizarry quien prologó la interpretación de los movimientos exteriores de la cuarta sinfonía de Mahler con un llamado al público para que dejara ideas preconcebidas y escuchase esta obra con la misma “mirada de niño” con la que Mahler la concibió.
La versión abreviada de esta obra -cuyos movimientos primero y cuarto comparten bastante material temático, como la recurrencia del tema de aires bucólicos con campanillas- fue bordada por la ONPS con un cuidado artesanal que se manifestó en un sonido diáfano que mantuvo el equilibrio en el tránsito entre los pasajes más etéreos y el clímax eminentemente mahleriano con un tono robusto, noble, sin la mácula de la estridencia.
La soprano Sara Beatriz García Castillo -estudiante de CMPR- fue la encargada de interpretar el texto del cuarto movimiento, la canción “Das himmlische Leben” (¨Vida celestial) del ciclo Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del niño) y lo hizo con una voz hermosa, bien modulada y con una técnica exenta de ornamentaciones, rasgos tan bien definidos que hicieron olvidar por momentos que aún continúa estudiando.
La voz de Sara Beatriz fluyó de manera orgánica en el cauce de las texturas logradas de manera espléndida por esta orquesta que no solo propone hacer música por el solo placer que eso representa, sino que realmente lo logra, con unos atributos que, además de los eminentemente estéticos y audibles, tienen una tangencia incuestionable con la manera como se asumen responsabilidades, con la manera como se viven los talentos, con la manera como se hace que cada día cuente.
En esto pensaba mientras las maderas se apagaban hacia el final de ese sublime cuarto movimiento de la cuarta sinfonía de Mahler. Cuando acabó el concierto y fui tras bastidores, la sonrisa del maestro Irizarry -una sonrisa de satisfacción inefable, poco común en él- me ratificó que yo estaba en lo cierto: fue un concierto memorable. “Es que estos muchachos tienen maestros excelentes”, me dijo, en reconocimiento a sus colegas.
Sí, digo yo, y también un gran director. Este Mahler abreviado lo demostró. Parafraseo al maestro Irizarry en otra cita reciente y digo: si Mahler hubiese entrado anoche al Teatro del CMPR seguramente hubiera pensado: "¡coño!! qué bien interpretan mi música estos jóvenes."